El amor en la literatura filosófica moderna

En los tiempos modernos Michelet (en su obra L’ Amour) ha expuesto algunas ideas, mucha crítica y aspiraciones nobilísimas para contribuir a dignificar el amor. El libro de Michelet pertenece al género de la poesía en prosa y semeja un himno en loor de la mujer y de su dignidad a veces desconocida en el rudo batallar de las pasiones humanas.

El filósofo Jacobi hizo del sentimiento criterio de verdad, y de la superior manifestación del sentimiento en el amor, principio de la realidad y de la verdad misma, identificando de este modo su pensamiento y criterio con el de los místicos.

El célebre pesimista Schopenhauer, en su libro Metafísica del amor, más cuida de hacer un estudio en que rebosa el humorismo y la nostalgia, cuerdas que vibran en la sombría inspiración del arte moderno, que se preocupa de asentar bases psicológicas para una teoría del amor. Lo paradójico de sus conclusiones excita el interés de la lectura, pero la Metafísica del amor será siempre obra de arte más que producción científica.

De este carácter pretende revestir Mantegazza la obra que tiene hoy en publicación: Trilogía del amor, de la cual ha publicado ya: Fisiología del amor, Higiene del amor, y El amor en la humanidad, ensayo de una Etnología del amor. Profundos como son todos los estudios debidos a Mantegazza, aparece hasta ahora su trabajo sobra el amor, huérfano de una base psicológica, y si abundante en análisis fisiológicos y en datos históricos, falto por completo de afirmaciones concretas, que pongan en claro la virtud y eficacia de este sentimiento para la vida y para el bien. En ningún asunto se muestra mejor que en el del amor, cuánto y cuánto perturba la acción invasora de la imaginación, con su tendencia invencible a personificar lo abstracto, el rigor de las indagaciones científicas.

Análisis psicológicos, siempre fragmentarios, se hallan esparcidos en algunos pensadores, entre ellos muy señaladamente en los psicólogos ingleses y en los espiritualistas franceses. Pero estos análisis, aparte el pensamiento preconcebido que los domina, pues son y somos en tales materias jueces y parte a la vez, adolecen todos de un pecado, que engendra confusiones sin cuento, pues se confunde siempre la raíz y base psicológica del amor con su aspecto moral.

Buen ejemplo ofrece de ello la teoría de A. Smith y de todos los moralistas, partidarios de la simpatía hacia el bien y de la antipatía contra el mal como criterio de la moralidad. Eco quizá irreflexivo de la filosofía de Jacobi y Schleiennacher, estos moralistas olvidan o desconocen el carácter subjetivo y variable del sentimiento del amor, cuya raíz es suave y el fruto amargo: “Principium dulce est, sed finis amoris amarus”, decía Ovidio.

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