El amor a través de la historia

La genealogía mítica del amor, en medio de sus múltiples y aun contradictorias referencias, ofrece un carácter común: el de atribuir el origen del amor a personificaciones de la belleza, del valor, del placer, de la astucia o de alguna de las cualidades que más resaltan en este sentimiento tan complejo. De interés puramente histórico y aun erudito, todas estas encarnaciones fantásticas de algunas de las cualidades del amor deben, sin embargo, ser mencionadas como otros tantos elementos que han influido en la antigüedad clásica, en la Edad Media y hasta en la época del Renacimiento, para determinar le serie de transformaciones que en el decurso del tiempo ha sufrido el sentimiento del amor.

A ello han contribuido en primer término estas creencias y representaciones míticas, unidas al elemento intelectual, latente siempre en el sentimiento del amor, de cuyo elemento procede (o a la inversa él procede) la distinta consideración que en la historia y en la sociedad ha merecido la mujer como principal personificación del amor, señaladamente desde la Edad Media. Las creencias míticas y las religiosas, el elemento intelectual y la consideración más o menos respetuosa a la mujer; tales son los factores que determinan la evolución del amor en la historia y en el arte. No es necesario más que indicar estas evoluciones para que se comprenda cuán íntimamente se hallan ligadas con todas las manifestaciones sincréticas de la cultura humana.

Al amor clásico, propio de la antigüedad greco-romana, en la cual la mujer es casi únicamente instrumento de placer, y el más íntimo y profundo amor es el universal, sucede el amor caballeresco cristiano de toda la Edad Media, y al cual se atribuyen en primer término el cristianismo, el sentimiento de la individualidad y de la dignidad, propios de los pueblos bárbaros, y la más alta consideración de la mujer, elevada, si no al igual del hombre, a la categoría de depositaria del honor y de la vida. “Mi Dios, mi dama y mi honor”; es la fórmula que condensa todo el amor caballeresco y cristiano, tan bellamente representado en nuestro gran Teatro nacional.

Con la Edad Media, que en España se prolonga más allá del siglo xiv porque fue la península valladar insuperable contra la Reforma, termina el amor caballeresco y comienza como producto natural del Renacimiento una espiritualización intelectualista de este sentimiento, que parece hijo exclusivo de la erudición y del formalismo externo. En la época, en la cual se reproduce como planta exótica, rodeada de aparatosas exterioridades, el amor platónico; son los tiempos en los cuales se identifica el amor con la galantería. Para sentir, para que viva el corazón, para descubrir algo parecido al amor, preciso es recurrir por esta época al amor picaresco.

Se rompe esta ligadura oropelesca a fines del siglo pasado (los jurados de amor del siglo xiv parecen precedentes de esta protesta) y aparece el amor romántico contra toda conveniencia y regularidad.

La tendencia positivista y práctica de la cultura moderna, la perenne batalla que se viene librando en pro del divorcio, la doctrina del medio social como factor que determina la dirección de nuestros sentimientos y el anhelo de secularizar la vida toda y con ella el amor contribuyen de consuno a dar al amor moderno un carácter real-ideal, cuyos frutos para el sentido moral y aun para el bienestar de la familia y de la sociedad no se pueden apreciar de momento, pues dura aún la lucha, y aunque no se ignora de quién será el triunfo para llegar a él más pronto se apuran todos los recursos.

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