El almanaque a partir de la aparición de la imprenta

Pero la publicación que vino a servir de tipo a los almanaques impresos fue el célebre Calendarium de Regiomontano; había calculado este sabio astrónomo unas efemérides, cuyos manuscritos se conservan en Viena, desde el año 1448.

Cuando se descubrió la imprenta, estableció una prensa en su casa en Nuremberg y allí imprimió en 1473 el Calendarium que fue acogido con universal favor: se componía el texto de una instrucción general sobre el calendario y de 14 hojas para cada uno de los años particulares con expresión de las lunaciones y eclipses.

Se hicieron de esta obra, hasta 1514, veintiuna ediciones, sin contar un gran número de traducciones; a medida que avanzaba el tiempo se quitaban del volumen los años transcurridos, práctica que se siguió por largo tiempo, hasta que los almanaques adquirieron el desarrollo suficiente para ser exclusivamente anuales.

La edición del Calendarium salida de las prensas de Regiomontano es hoy extremadamente rara; el milésimo de tinta roja en medio de la hoja blanca que abre cada año, no está impreso, sino escrito de puño del autor; son magníficas algunas de las reimpresiones, en particular las de Ratdolt de Venecia; tiradas en rojo y negro, con hermosas guirnaldas en madera y figuras de eclipses, algunas de las cuales son de movimiento.

El Museo Británico de Londres posee un ejemplar de la primera traducción alemana hecha en 1475; el autor, cuyo verdadero nombre era Juan Múller, de Kónigsberg, se apellida Johan von Ktingsperg y más tarde los traductores lo llamaron Johannes Künigsperger: la biblioteca de Augsburgo cuenta en el número de sus curiosidades un ejemplar en pergamino de la traducción italiana de 1476.

Desde esta época aparecen los almanaques impresos en gran cantidad en todos los países.

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