El alma y la fisiología

Lejos de identificarla con la inteligencia, es preciso reconocer su intervención insustituible en los organismos vivos como principio de individuación. Así es que podríamos definir preliminarmente el alma: principio de individuación, cuya base es lo inconsciente y cuyo desarrollo lleva a lo conciencia.

En el complexus rítmico de funciones, órganos, aparatos y procesos, que constituyen la vida y revela la experiencia con un divergente atomismso, reside como centro y núcleo el principio de la unidad cuantitativa y cualitativa (característica del orden y jerarquía que manifiesta la escala de loe seres vivos) propia del individuo y batee de la operación del ser vivo.

Hasta en lo fisiológico hay necesidad de concebir el núcleo de le célula como el centro asimilador de los elementos que la individualidad viva toma del medio natural, elementos diferenciados en sus manifestaciones externas por el ejercicio de los órganos y en sus impulsos iniciales por el núcleo específico y enteramente propio, que cual sello y carácter imprime el nuevo será lo que genéricamente denominamos su constitución o naturaleza. Dentro de esta unidad típica, sin más localización, encuentra su base orgánica lo que pudiéramos denominar protoplasma moral, el principio de individuación o la psiquis.

Sin el paralelismo de lo anímico con lo corporal, sin la coincidencia de la unidad del organismo con el principio de individuación, la actividad general y específica del espíritu quedaría cual si no existiese; porque como toda ella es interior termina en la fantasía, de la cual no saldría para incrustarse en la realidad exterior y colaborar con ella al fin general, a no ser por la correspondencia de la fantasía con el sistema nervioso.

Si suponemos, por ejemplo, un gran artista, un Miguel Ángel paralítico, que careciendo de dominio sobre su cuerpo, tiene su espíritu preñado de geniales inspiraciones, no llegará a concretar en acto y obra cuanto se agita en su interior. Pero con la base orgánica la psiquis se muestra dotada de una receptividad universal, y mediante ella recibe en todas direcciones relaciones, influencias y excitantes del exterior, que forman el material de su cultura y educación.

Manifiesta, pues, el análisis que la unidad morfológica, persistente y típica del organismo vivo (que se acentúa principalmente en la fisonomía, subsistiendo por cima del cambio incesante de materiales) es le base y condición de la espontaneidad inherente al espíritu como centro de reacción específica de todas aquellas fuerzas que se asimila del exterior. Así es el espíritu coactivo con los excitantes exteriores, cuya dirección modifica.

La espontaneidad, que se señala en lo orgánico y que se inicia en los bajos fondos de lo inconsciente, donde se revelan las manifestaciones más rudimentarias de la vida, se encuentra, merced al progreso evolutivo de la psiquis y de la neurosis, acompañada de la reflexión consciente en los actos ya relativamente superiores de la vida psico-física.

Poco o nada importa de momento el sentido con que se conciba la conciencia. Sea cualidad encargada del oficio pedestre de sumar sensaciones homogéneas y restar las diferentes, especie de contador automático como pretenden los físicos del alma; tenga, por el contrario, más alta y noble misión, como quieren los idealistas; siempre resultará una luz que establece discreción, orden o previsión dentro de los excitantes o factores, en medio de los cuales ha de producir el alma su impulso inicial y espontáneo.

Esta espontaneidad consciente (característica del espíritu racional), que inquiere y elige medios dentro de sí en todo lo que la rodea para el cumplimiento de su fin, se revela como causa propia de sus actos (aunque condicionada e influida), infunde en todas sus obras el sello de su iniciativa y eleva la psiquis a la categoría de agente personal, es decir, de agente libre.

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