El alma y la dualidad

Sirviéndonos de un criterio empírico-ideal (que viene exigido hasta por los precedentes históricos que dejamos indicados), debemos sustituir las entidades escolásticas, las conjeturas y las hipótesis, con la observación de la realidad viva, dentro de la cual se agita la energía anímica. Patente por demás es la enseñanza que debemos recoger de la consideración histórica que precede.

Se mueve el pensamiento filosófico, y lo mismo el científico, entre la tendencia unitaria monista, que impone la racionalidad del pensamiento, y el dualismo, a que inclinan las observaciones y experiencias en la realidad complejísima de nuestro ser y en la que nos rodea.

La tendencia monista (Platón, Espinosa, Hegel, Schopenhauer, Heeckel) es propia de las reconstrucciones llevadas a cabo de las ideas de alma y espíritu, mientras que el dualismo (lucha perdurable de espiritualistas y materialistas) tiene su abolengo y aun su perenne reproducción en los períodos de crítica y de ampliación de análisis y de interpretación de la idea anímica.

Para no cristalizar el pensamiento en ninguno de estos dos extremos, debemos iniciar, con el criterio indicado, el estudio del hombre, declarando su complejidad. (Homo duplex). Esta complejidad, cúpula y remate del orden real, es el punto de partida del procedimiento lógico.

En pro de la distinción, persistente e imborrable, de la complejidad humana deponen la experiencia propia de las contrariedades y luchas que cada cual siente dentro de sí (las dos almas de Fausto; la materia y el alma, entre las cuales no cabe la paz, según nuestro Espronceda; el ángel y la bestia de Pascal; el abismo entre la racionalidad y la bestialidad de que habla Montaigne; el ángel bueno y el ángel malo de la sabiduría popular: el video meliora, proboque, deteriora sequor, del poeta latino, etc.) y los conocidísimos fenómenos de la doble sensación (dolor que tortura las entrañas del mártir y a la vez le proporciona goce al dar su vida en holocausto de la fe) y el doble movimiento (pereza del cuerpo y acicate del deber).

Pródiga es la experiencia, ofreciendo hechos que denuncian esta distinción. Tienen las sensaciones del calor y del frío un carácter relativo (como todas las sensaciones); son variables según la constitución del individuo (ya lo hacía notar Platón en medio de su idealismo, recordando que el vino sabe bien al que está sano y mal al enfermo) y para el mismo individuo según el estado de su organismo.

No se hubiera podido estudiar científicamente el calor a no hallar un medio que manifestase sus diversos grados con independencia de las impresiones personales en los movimientos que produce la dilatación de la mayor parte de los cuerpos y que son el principio común de los termómetros. Aislar el estudio del calor de las impresiones personales es poner aparte el sujeto de las sensaciones, distinguiéndole de los elementos objetivos de éstas; es, pues, reconocer la existencia distinta del ser sensible.

Decir que en los fenómenos naturales sólo existe forma y movimiento equivale a proclamar la inmaterialidad y persistencia del sujeto que piensa y siente. Pero de esta distinción y en ella nacen los dos escollos igualmente peligrosos, dentro de los cuales se mueve la inteligencia.

Acentuada la distinción, surge el dualismo y la oposición insoluble entre espiritualistas y materialistas; mientras que si se desconoce ú olvida, toma relieve el monismo, que identifica y suma cualidades distintas en una cantidad hipotéticamente considerada como homogénea.

En ambas hipótesis avasalla la discreción del pensamiento científico la tendencia habitual de nuestro entendimiento a personificar lo abstracto, abandonando el nudo y corazón del problema, que en el caso presente consiste en fijar específicamente la naturaleza del alma. Para ello hay necesidad de atenerse a los datos empíricos y a las percepciones de la conciencia y es preciso reconocer que el problema formulado en semejantes términos es, más que psicológico, propiamente cosmológico y en un sentido superior metafísico.

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