El alma y el mundo físico

Debemos aplazar la solución del problema (que también la inteligencia necesita saber esperar, y cuando no sabe o no quiere y se precipita, la circunspección impone dicha exigencia) y hemos de estudiar la vida humana y en ella reconocer que todo es psicofísico, pues si el hecho vulgar de que una bota nos oprime el pie dificulta la concentración del pensamiento, el acto, en apariencia pura y exclusivamente espiritual, del arrobamiento o deliquio del místico tiene su eco obligado en la exacerbación del sistema nervioso.

Circundado el espíritu de la atmósfera de los fenómenos exteriores, de ella se alimenta como el cuerpo absorbe el aire que le rodea. Estas formas fenomenales producen en nosotros disposiciones (de ello es ejemplo la viva, movible y excitable impresionabilidad de los niños) que se fijan en los centros del encéfalo para convertirse de nuevo, bajo el impulso psíquico, en el estado fenomenal y sensible, sin que proceda la fenomenología sólo del macrocosmos (cual si el abra fuera sustancia pasiva u hoja de papel blanco, según dice Mausdley), sino también del microcosmos, de este pequeño mundo de lo orgánico.

Así, según la fórmula de Pomponat, el alma es espiritual por el sujeto y material por el objeto, y aunque el elemento corporal no es su término único, no está nunca separada de él. A esta comunicación continua y nunca interrumpida entre la sensación que del exterior dimana, y el impulso psíquico, que procede de lo interno, hay que referir en general toda manifestación de la vida.

Pero la vida toda comienza, según dice Hceckel, caracterizándose como un centro atractivo y asimilador de fuerzas con movilidad excesiva en los elementos que combina. Son estas combinaciones cuaternarias las que constituyen el medio interior orgánico (sangre y líquidos blastemáticos) de C. Bernard como asiento y base del centro asimilador y raíz morfológica de la diferenciación.

La propiedad más genérica de este complexus, que se aísla o esboza su aislamiento, es la irritabilidad o sensibilidad, en la cual comienza la manifestación más rudimentaria de la psiquis o el alma.

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