El alfabeto latino

Hasta no hace mucho se ha creído que el alfabeto latino era derivación del griego, error que han desvanecido los modernos estudios de paleografía comparada, demostrando que procede directamente de la escritura fenicia, siendo, por tanto, las letras latinas hermanas de las griegas. La única diferencia que entre ellas hay, consiste en que el alfabeto griego es algo anterior al latino, y en que su desarrollo y perfeccionamiento fue más rápido.

La escritura romana era conocida y usada en la época de los reyes, como lo atestiguan autores clásicos latinos en vista de monumentos de los primeros tiempos de Roma y que no han llegado hasta nosotros.

Actualmente no se conocen escrituras latinas auténticas anteriores al siglo iv de la fundación de Roma. Este alfabeto se componía en un principio solamente de letras capitales. Más tarde presentó cuatro variantes, la capital, la uncial, la minúscula y la cursiva.

La capital recibió este nombre a capite, porque se reservó para los títulos y frontispicios de los libros cuando se generalizaron las otras tres clases de escritura.

Lo dificultoso de su formación, el mucho espacio que ocupaba y el largo tiempo que exigía su trazado fueron causas que determinaron modificaciones en la estructura de esta letra, redondeándose sus rasgos y resultando el carácter de letra llamado uncial, que recibía este nombre porque tenía una pulgada de altura y la pulgada era para el pie lo que la onza, uncía, para la libra.

Este carácter uncial fue disminuyendo de tamaño sin perder, sin embargo, su nombre. Las letras que en la escritura uncial tenían figura distinta en la capital, eran nueve: A, D, E, G, H, M, Q, T y V, las cuales revestían formas curvas que contrastaban con las rectilíneas de la escritura capital. Esta escritura, por las mayores ventajas que ofrecía a los copistas y amanuenses se generalizó para los códices predominando en ellos su uso sobre el de la capital.

Conocieron también los romanos desde muy antiguo el uso de las escrituras minúscula y cursiva, por más que entendidos paleógrafos se esfuercen en negarlo. El testimonio de los escritores clásicos latinos que hacen mención frecuente de escritos en letras minúsculas más rápidamente trazadas y encerradas en menor espacio que las mayúsculas; la existencia en Grecia, maestra en artes de Roma, desde algunos siglos antes de Jesucristo, de escritura minúscula y cursiva; la dificultad de formación de las letras mayúsculas, nada propicias para que el escritor pudiera seguir sin excesiva molestia la marcha de su pensamiento al producir las obras literarias; la imposibilidad de que autores que han dejado numerosas obras hubiesen podido escribirlas si no hubiesen conocido más letras que las mayúsculas, ya fuesen capitales o unciales; la semejanza que presentan entre sí los más antiguos caracteres minúsculos de los godos, sajones, francos y lombardos, que no pueden racionalmente expresarse sino por el hecho de que procedan del mismo origen y de que este origen sea romano, y por último, y esta es la prueba mas terminante, los descubrimientos practicados en época reciente de lápidas y documentos romanos de autenticidad indudable y escritos en caracteres minúsculos y cursivos, son razones que no permiten dudar respecto a la existencia de ambos géneros de letras minúsculas entre los Romanos.

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