El actor en la literatura

Llámase hoy así al que representa obras dramáticas.

Los nombres histrión, representante, comediante y otros, con que antes se le designaba, han caído ya en desuso, excepto el de cómico que todavía conserva. La palabra actor, sin embargo, es más comprensiva y genérica, designando lo mismo al cómico que al trágico; al que representa obras serias, que al que las representa jocosas; y aun a los cantantes y a los pantomimos.

El oficio del actor es muy importante y va estrechamente unido a la historia de la Literatura dramática. El drama se escribe para la representación; y sin actores buenos, que representen bien, palidecen las mayores bellezas de una obra escénica; así como, por el contrario, una esmerada representación puede atenuar y aun ocultar muchos defectos de la composición dramática. No es dado a todos ser buenos actores; y para identificarse con los distintos papeles que les son encomendados, y aun para desempeñar bien uno solo, se necesitan muchas cualidades; como talento natural, conocimiento del corazón humano, de la sociedad y del mundo, de los vicios y de las virtudes; de todo, en fin lo que constituye la rica y varia y complicada escena de la vida y del arte.

El actor, en efecto, no sólo habla o recita; es preciso que el tono, los ojos, los brazos, el cuerpo todo acompañen debidamente a las a para dar a cada persona representada, a cada pasión, a cada situación, el carácter, el color, la realidad, la vida que les corresponde. Un Rey no se sienta ni anda como un mendigo; ni un enamorado habla a su dama como a sus compañeros; ni un valiente mira y gesticula como un traidor.

Si el poeta necesita tener todo esto muy en cuenta para producir una obra verosímil, interesante y bella, el actor no puede tampoco descuidar ni el pormenor más insignificante, si ha de cumplir su encargo de hacer patentes los pensamientos y sentimientos que el poeta quiso dar a los personajes.

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