El acta de navegación en economía política

Por lo que hace a la conveniencia y al efecto de un acta de navegación, no es difícil armonizar los principios sustentados por las diversas escuelas económicas.

Nadie puede desconocer que el monopolio de la navegación otorgado a los buques nacionales produce un rápido y considerable incremento en la marina del país que le establece, esto es indiscutible; es a priori evidente y se confirma en la historia marítima de Inglaterra y en la de nuestra misma patria, donde la conducta seguida en este punto por los Reyes Católicos fue el origen de la momentánea potencia naval de España y la base de que surgieron aquellas inmensas flotas con que contaban los primeros monarcas de la casa de Austria.

Pero es igualmente notorio que tales privilegios encarecen aquel objeto a que se aplican, que en este caso la falta de concurrencia en los puertos hace subir el precio de los fletes, entorpece el comercio exterior, obliga a las industrias a pagar más cara la adquisición de las materias primeras, eleva para toda clase de consumidores el coste de los productos extranjeros y daña en fin a los intereses generales y a la economía de la nación.

Las restricciones marítimas ni se fundan en un principio absoluto, ni pueden constituir un sistema permanente; son un recurso de aplicación transitoria, un artificio a que se apela, no con la mira de beneficiar la industria y de aumentar la riqueza de un país, que fueran en tal supuesto equivocado cálculo, sino para satisfacer necesidades de índole política, cuya exigencia reclama medios poderosos de acción sobre los mares, basados en el desarrollo de la marina mercante, que sostiene y engendra a la de guerra.

El acta inglesa consiguió su objeto; mas si se pudiera ajustar la cuenta exacta de sus resultados, echaríase de ver que la Gran Bretaña pagó a buen precio sus adelantos marítimos: por eso el comercio y la marina inglesa crecieron cuando se mitigó por medio de los tratados el rigor de las prohibiciones y ganaron aún más cuando el acta de navegación quedó abolida por completo; por eso mismo a nadie le ocurrirá pensar que hoy convenga a Inglaterra volver al anterior sistema y cohibir la libertad de que la navegación disfruta.

Tan erróneo es no ver en la legislación que criticamos más que los daños que causa al comercio y condenarla sin reserva alguna invocando los principios de libertad económica, como es vicioso defender esa política sin advertir que produce dolorosos sacrificios en el país que la signe.

El acta de navegación es en ultimo término un impuesto que indirectamente se exige a las naciones para subvencionar a la marina mercante y robustecer la militar o darla vida; es un instrumento de guerra, cuya adquisición y cuyo empleo no se resuelve atendiendo a su coste solamente, como no son las doctrinas económicas aquellas que consultan los Estados cuando en momentos críticos deciden el sacrificio de su población y de toda su riqueza en aras de la independencia o del decoro.

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