El abrigo de la prehistoria

En lenguaje prehistórico se da este nombre a ciertas cavidades naturales producidas en general por la lenta acción del agua y de la atmósfera, situadas en las laderas de los montes, a una mediana altura sobre el nivel del valle, no tan profundas como las grutas y cavernas, en cuyo recinto, y en depósitos no siempre formados en totalidad por los agentes exteriores, se encuentran a menudo restos del hombre y de su primitiva industria que han contribuido eficacísimamente a ilustrar la historia anterior a la tradición, a la mitología y a la fábula.

Esta fue, sin duda alguna, la primera habitación humana, completada tal vez la vivienda natural con algún edificio, valiéndose para ello nuestros antepasados de ramas y troncos de árboles, a la sazón más abundantes que hoy, y a favor de lo cual pudo perfectamente convertirse aquel recinto, antes abierto a la intemperie, en morada cubierta y con acceso enteramente libre o cerrado a voluntad del que la ocupaba, por medio de lo que en puridad debiera llamarse primera puerta.

De modo que el hombre, no atreviéndose aún a tomar posesión de la gruta o caverna, a la sazón verdadera guarida de animales feroces, cuya compañía no sería por cierto nada agradable, antes de hacer la vida del troglodita, se guareció en los abrigos naturales, lo cual significa también que las condiciones biológicas se habían recrudecido, sintiendo en consecuencia, y por primera vez, frío, y digo por primera vez, por cuanto en períodos anteriores, no encontrándose sus despojos ni las hachas, única manifestación de su actividad, en ningún lugar resguardado, natural es suponer que vivía a la intemperie y en el fondo de los bosques, donde siempre la vida habría de ser más agradable por la misión moderadora de los rigores climatológicos que al parecer está confiada a las grandes masas de arboleda.

Muchos abrigos considerados como yacimiento de objetos pre o ante-históricos se conocen; pero el más notable y curioso, así por el agreste y pintoresco aspecto que ofrece, cuanto por los tesoros en su seno encontrados, es el llamado de Bruniquel, en Francia, en el departamento de Tara y Carona, en las cercanías de la ciudad de Montauban y a orillas del río Aveiron, sobre cuyas aguas apenas su situación alcanza pocos metros. La roca que forma dicho resguardo llámase Montastrue; su altitud es de unos treinta metros, y el saliente o especie de cornisa que produjo la erosión en la masa de la roca mide catorce o quince metros, cubriendo por su extensión longitudinal una superficie de doscientos cincuenta y tantos metros cuadrados.

A juzgar por la naturaleza de los objetos descubiertos en Bruniquel por el Sr. Brun, director del Museo de Montauban, en donde los depositó y se conservan, el mencionado abrigo fue habitado por el hombre durante el período llamado del Reno o Rengífero por ser este mamífero característico en razón a la abundancia de sus restos; lo cual no significa que fuera el único existente por entonces en nuestro continente, pues no se habían extinguido aún los característicos del período anterior o arqueolítico, tales como el manmuth, el oso de las cavernas, la hiena, el león de las cavernas, el caballo primitivo y otros muchos, según acredita la mezcla de sus despojos con los de aquél. También se denomina este período del cuchillo, por ser este instrumento el más abundante entre los de piedra, cuyo uso sin embargo comenzó durante los tiempos llamados arqueo o paleolíticos.

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