Efectos fisiológicos del alcohol

Aplicado el alcohol sobre la piel, produce una sensación de frío debida a su evaporación; después determina calor acompañado de la inyección de los tejidos.

Introducido en dilución en el tubo digestivo, sólo se manifiesta la sensación de calor. Su contacto con las mucosas de la boca, de la faringe y de la laringe, activa la secreción de estas mucosas. La congestión de la mucosa y hasta su inflamación pueden ser efectos inmediatos de una dosis de alcohol concentrado, aun en escasa cantidad.

Llegado al estómago, sus primeros efectos varían, según la dosis ingerida; en pequeña cantidad, activa la secreción de jugo gástrico, como después la del jugo pancreático; a dosis fuertes, al contrario, impide la secreción de estos líquidos y coagula la pepsina y el mucus estomacal. Estos efectos son más marcados cuanto mayor es la concentración del alcohol ingerido.

La absorción gástrica del alcohol diluido es fácil y rápida; lo mismo ocurre cuando se inyecta en el recto o se introduce en la cavidad de una serosa.

Una vez absorbido, se comporta de distinta y aun de opuesta manera según la cantidad. Dosis moderadas aumentan el número de las pulsaciones, la presión arterial y la velocidad de la onda sanguínea y producen en los centros nerviosos fenómenos paralelos de excitación general: se presenta primero la excitación de los órganos psíquicos, mayor actividad en la ideación, reproducción más fácil, sensación de bienestar, exaltación de la fantasía, mayor facilidad de expresión y locuacidad, más confianza en el valor personal, etc.; la excitación se extienda a los órganos de la médula oblongada, aumenta la frecuencia de los movimientos respiratorios y tiene lugar una dilatación de los vasos cutáneos, especialmente en la cabeza y en el cuello.

Pero si las dosis de alcohol son considerables, todos estos fenómenos de excitación pasan al extremo opuesto, pudiendo llegar hasta la abolición funcional del sistema nervioso. Los primeros efectos se manifiestan en el cerebro; sobreviene el narcotismo alcohólico que no difiere del producido por el cloral o la morfina.

El alcohol o sus derivados que impregnan las células en que la actividad mental reside, paralizan su actividad esencial, de igual modo que detienen la actividad de los fermentos figurados, y cuando esta acción es muy intensa o persistente, las células mueren, esto es, las actividades químicas de que dependen las diversas manifestaciones de la vida psíquica, quedan destruidas irreparablemente.

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