Efectos fisiológicos de los ácidos minerales diluidos

Determinan sabor ácido, atacan el esmalte dentario y facilitan el desarrollo del lepthotrix bucalis. En el tubo digestivo descomponen las combinaciones alcalinas, especialmente los fosfatos térreos, saturando sus bases.

Su uso continuado disminuye el número de glóbulos rojos produciendo palidez y demacración; las funciones digestivas se alteran, y, si la concentración de los ácidos es mayor, pueden sobrevenir inflamaciones gastro-intestinales. Si a los purgantes, especialmente a los salinos, se añaden ácidos y en particular el sulfúrico, su acción evacuante aumenta; aun los ácidos empleados solos, diluidos y a grandes dosis, pueden producir diarrea y cólicos por la descomposición de las sales de sosa de la bilis, porque los ácidos biliares purgan a la dosis de uno a dos gramos. Los ácidos ingeridos se apoderan de una parte de las bases alcalinas de los tejidos y de la sangre. En los riñones una mínima parte de aquellos ácidos queda de nuevo en libertad y es expulsada con la orina, lo que se ha querido aprovechar para disolver loe cálculos fosfáticos mediante el uso interno de los ácidos; pero el organismo no tolera el uso continuado de éstos a la dosis necesaria para obtener aquel resultado. En su lugar se practican inyecciones vesicales con ácido láctico o clorhídrico muy diluido que neutralizan la alcalinidad de la orina, evitan su influencia perjudicial sobre la vejiga y la sangre y se oponen eficazmente al desarrollo de bacterias.

El prolongado uso de los ácidos diluidos puede comprometer la existencia por privar a la sangre y a los tejidos de la proporción necesaria de sales alcalinas. Según resulta de las investigaciones de Walter, mediante inyecciones de carbonato de sosa es posible evitar la muerte de los animales intoxicados con ácidos diluidos aun cuando ya se hayan presentado la parálisis muscular y la detención respiratoria y circulatoria producida por los ácidos. Según este mismo autor, la ingestión de los ácidos disminuye notablemente la proporción de ácido carbónico de la sangre, permaneciendo la misma, o poco menos, la de oxígeno y nitrógeno. Considera Walter que la muerte por intoxicación ácida resulta de una parálisis del centro respiratorio, que primero se excita, afectándose el corazón secundariamente.

Los ácidos minerales diluidos o los orgánicos fuertes en inyección subcutánea producen con facilidad la mortificación de los tejidos ambientes. Inyectados en las venas dan lugar a trombosis y matan por embolia cerebral o pulmonar. Oré y Guttmann han estudiado la acción de los ácidos minerales diluidos sobre la sangre; no la coagulan; si se mezcla sangre con ácido fosfórico permanece fluida, pero se oscurece, los glóbulos rojos son destruidos y al descomponerse la hemoglobina, se forma en la sangre un cuerpo que tan ávido en estado naciente es del oxígeno, que los animales mueren por la falta de éste, con síntomas dispnéicos. Según Kobert, los efectos tóxicos del ácido fosfórico introducido en el aparato circulatorio se manifiestan en el cerebro, en la médula oblongada y en el corazón. Estos centros se excitan primero y se deprimen después. Al período de excitación corresponden movimientos convulsivos, alteraciones respiratorias, lentitud del pulso y aumento de la tensión sanguínea (excitación central del pneumogástrico); después viene la inmovilidad y la parálisis de los centros respiratorios y de los ganglios automotores. El contacto directo de los ácidos diluidos con los músculos produce la coagulación de la miosina y por consecuencia la rigidez muscular.

Los ácidos minerales diluidos y los ácidos vegetales calman la sed de los enfermos con calentura y producen en ellos disminución del pulso y del calor; calman la excitación del corazón, moderan los estados congestivos, combaten la predisposición a la hemorragia y ayudan a cohibirla. Kobert considera al ácido fosfórico el más apropiado para regularizar, fortalecer y enfrenar la actividad cardiaca. Los ácidos minerales diluidos son astringentes, probablemente porque se apoderan de los álcalis libres de los tejidos contráctiles; determinan la contracción de los capilares finos; disminuyen por lo tanto las secreciones y excreciones, salvo la orina. Son también antisépticos, por lo que surten buenos efectos en los estados escorbúticos y pútridos, en las heridas contusas y gangrenosas y en las ulceraciones con secreción séptica. El desarrollo y propagación de las bacterias es impedido por el ácido sulfúrico al 0,66 por 100; la fermentación láctica y butírica se suspenden por su acción, pero empiezan de nuevo si se neutraliza el ácido con una base alcalina. En su acción antiséptica el ácido sulfúrico aventaja al nítrico y éste al clorhídrico.

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