El animal bajo una envoltura compacta posee multitud de órganos de estructura compleja, mientras que la planta ostenta numerosos apéndices de ancha superficie que representan sus órganos excretores y nutritivos; en las plantas predomina el desarrollo externo de las faces en que se verifica la acción endosmósica; en los animales el desarrollo interno.
El animal tiene una boca para la introducción de los alimentos sólidos y líquidos, que son digeridos y reabsorbidos por un estómago que se halla en comunicación directa con varias glándulas de diversas clases (glándulas salivares, hígado, páncreas, etc.). Los residuos sólidos, impropios para la digestión, son expulsados por el ano en estado de heces; los productos nitrogenados de descomposición, son también eliminados bajo forma líquida por ciertos órganos especiales (riñones). Una especie de bomba aspirante e impelente (corazón), animada de movimientos rítmicos, y un sistema de vasos sanguíneos, hacen mover y circular el líquido vital absorbido, es decir, la sangre. La respiración se efectúa por medio de pulmones en los animales de respiración aérea, y en los acuáticos por medio de branquias. Por último, el animal tiene un aparato de reproducción que se halla colocado en el interior del cuerpo; un sistema nervioso y multitud de órganos destinados a recoger y transmitir las sensaciones.
El aparato vegetativo de la planta es de conformación mucho más sencilla; las raíces absorben las sustancias alimenticias líquidas mientras las hojas absorben y exhalan los gases. Los aparatos complicados de los animales no existen en las plantas; un parénquima, más o menos homogéneo, compuesto de celdillas y de vasos en los que se mueven líquidos, constituye el cuerpo de la planta. Los órganos de reproducción se hallan colocados en el exterior, y los nervios y órganos de los sentidos no existen.
Estas diferencias que acaban de enumerarse, no son decisivas, sin embargo, más que para los animales superiores, y van desapareciendo poco a poco a medida que la organización se simplifica.
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