Diagnóstico del aborto

Por último, reconocidos los síntomas del aborto, procede examinar si es o no posible contenerlo. El diagnóstico del embarazo no es fácil sino a los últimos meses. En el principio de la preñez no es fácil averiguar si los flujos sanguíneos que se presentan, son el regreso de los menstruos suprimidos, o si son precursores del aborto. Y, sin embargo, esta distinción es absolutamente necesaria y esencial; como que, en el primer caso, esto es, si se trata de los menstruos suprimidos que vuelven, es conveniente favorecer la evacuación; y por el contrario, si se trata del aborto, es preciso contener la hemorragia.

Los caracteres distintivos que los prácticos señalan para estos casos, no bastan cuando aparecen aislados. Existen, sin embargo, algunas circunstancias que permiten al médico establecer ten diagnóstico que tenga, cuando menos, alguna probabilidad.

Si la mujer, después de haber tenido con regularidad sus evacuaciones menstruales, cesa repentinamente de tenerlas, sin causa especial que lo explique; si esta supresión repentina de los menstruos ha sido seguida de los síntomas de embarazo; si una violencia interna parece haber determinado el accidente; si el dolor persiste después de una abundante evacuación sanguínea; si la hemorragia va acompañada de circunstancias que no han sido las corrientes en los meses anteriores; si los coágulos de sangre no presentan la forma de prismas triangulares de los coágulos que proceden del útero, cuando no se halla ocupado; si el dedo, introducido en los órganos sexuales, experimenta en el cuello de la matriz la impresión de la vejiga pequeña, llena de serosidad, y no la de un cuajarón prismático triangular, puede asegurarse, sin temor, que se trata de un aborto. Reconocida ya la inminencia del mal parto, falta saber hasta qué punto conviene renunciar al propósito de contenerlo.

En los primeros tiempos no es posible fundar el diagnóstico sino sobre indicios muy ligeros: el descenso prematuro del huevo, las pérdidas de líquido amniótico, las evacuaciones sanguíneas abundantes, la desaparición de la especie de surco que existe entre el cuello y el cuerpo del útero: tales son los signos que pueden anunciar como inevitable el mal parto. Desde el cuarto mes del embarazo, el diagnóstico es mucho más fácil. El hundimiento del vientre, que cesa pronto en su desarrollo, la blandura de los pechos, la sensación que la madre experimenta de un peso considerable como de cuerpo extraño en el bajo vientre; la cesación de los movimientos del feto, y, por último, la falta de las palpitaciones del corazón del mismo, son señales infalibles de la muerte del fruto de la concepción.

El pronóstico del aborto es siempre grave con respecto al hijo, pues son muy raros y excepcionales los casos de fetos que, expulsados antes de los términos ordinarios de la viabilidad, hayan podido conservar la existencia. En lo que se refiere a la madre, depende el pronóstico de muchas y muy varias circunstancias: de la época en que se verifica; de las causas que han provocado el accidente, y de la manera, más o menos feliz que tenga de librarse, en el caso de que la placenta no acompañe al feto. De todas suertes, lo que como regla general puede asentarse, ea que el aborto es siempre más grave que el parto, a no ser que éste sea seguido de puerperio patológico; por eso el vulgo suele confundir y hacer sinónimas las locuciones, aborto y mal parto. La gravedad del aborto es mucho mayor en los meses tercero y cuarto de la gestación. Y lo es más aún en los abortos producidos por el empleo de abortivos o de otros medios culpables. El aborto produce muy a menudo una metrorragia de larga duración, y muchas enfermedades del útero suelen ser consecuencias de un aborto, si bien en ocasiones puede ser, por el contrario, el aborto consecuencia de esas enfermedades.

En el curso de una enfermedad aguda, un aborto es indicio gravísimo, y, de cualquier modo y fuera de toda afección morbosa, el aborto predispone para otro aborto en el embarazo venidero.

El tratamiento del aborto se propone:
a) Prevenirle;
b) Detenerlo en su marcha, tan pronto como alguno de sus síntomas aparezca;
e) Combatir la hemorragia y los demás accidentes que suelen acompañarle o seguirle;
d) Favorecer y activar la salida del feto, cuando el aborto se considera inevitable.

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