Detractores del ahorro

No faltan detractores al ahorro. En el equivocado supuesto de que los economistas sacrifican todo linaje de consideraciones al aumento de riquezas, hay quien impugna la restricción del consumo, fundándose en que lo más conforme y adecuado a los fines de la naturaleza es satisfacer cumplidamente las necesidades del día presente. Los grandes progresos y el aumento de capital provienen, a juicio de los impugnadores del ahorro, de las invenciones, que diariamente introducen reformas de la mayor trascendencia en los procedimientos industriales.

Discurriendo así, no se tiene en cuenta más que lo extraordinario. Se prescinde de la vida normal, y sobre todo no se atiende a que, lo mismo en los períodos de grande que en los de pequeña producción, el ahorro consiste en la diferencia entre el producto neto y el consumo. Será mayor o menor, según la importancia de la producción: pero depende también de las exigencias del consumo.

Cuando los goces personales, depurándose, tienen por objetivo las Bellas Artes, y contribuyen indirectamente a favorecer los adelantos de la pintura, de la escultura, y de la música, es digna de les más sinceros aplausos la inversión que de la riqueza se hace. Gana en ello la cultura general del país, y aunque el ahorro sufre detrimento, no por eso dejará de ser beneficioso para la sociedad el destino que se haya dado a los productos de la industria, porque de esta suerte se realiza uno de los fines del progreso humano.

El ahorro, en sí, no es un fin, sino un medio para facilitar el desenvolvimiento de nuestras facultades, y cuando el consumo de la riqueza tiene por objeto la conservación y perfeccionamiento de la personalidad humana, queda, en parte, cumplido el destino a que estamos llamados.

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