Desarrollo de la alquimia en Europa

Las doctrinas de los árabes españoles, esparcidas desde España y las que procedentes del Oriente importaron en Occidente los cruzados, desarrollaron la alquimia en toda Europa, y los alquimistas brotaron por todas partes, y los nombres de Alberto el Grande, Santo Tomás de Aquino su discípulo, Rogerio Bacon, Arnoldo de Villanueva, Bernardo de Tréveris, Raimundo Lulio y Basilio Valentín, resonaron por todas partes, no sólo entre los adeptos sino entre la sociedad entera, como en otros tiempos se celebraron los de Hermes, Ostánes, Moisés, Demócrito y Geber.

Apareció entonces Teofrasto Paracelso que con sus aplicaciones de la alquimia a la medicina ocasionó una revolución que llevó su fama por toda Europa. Este hombre extraordinario ejerció por su originalidad y por su audacia una influencia incontestable en todo el siglo XVI; con las reformas la alquimia emprendió vías nuevas y dirigió todos sus esfuerzos al descubrimiento de la Panacea Universal, es decir, de un remedio para todas las enfermedades.

Paracelso se ocupó poco de la composición de los metales: su objeto fue el ser humano que consideró como un compuesto químico y todas sus tentativas y trabajos se dirigieron a la investigación de los asedios apropiados para combatir las causas que tiendan a alterar aquel compuesto químico; pero la influencia de las antiguas teorías y procedimientos dominaba todavía el espíritu ardiente y entusiasta de Paracelso, de modo que vióse todavía que consideraba la magia como la ciencia por excelencia y la astrología como la base de su sistema médico.

Después de Paracelso, la alquimia y el ardor de sus adeptos parecieron amortiguarse un poco.

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