Decadencia de las municipalidades y los ayuntamientos

No podían los reyes ver sin recelo y sospechas la grandeza de las Municipalidades, y en particular sus confederaciones. Ya Fernando III y Alfonso el Sabio las mandaron deshacer y las condenaron bajo severas penas. Varios reyes las autorizaron de nuevo, y otros las volvieron a prohibir; hicieron en Castilla su último esfuerzo los Ayuntamientos en 1520, encendiendo la guerra civil de las Comunidades. En Navarra ya se las había suprimido antes.

Lucha constante mantuvieron contra la vida municipal los reyes desde Alfonso XI, quien convirtió muchos de los oficios electivos en oficios llamados a merced real. Ya poco antes habían los reyes empleado el sistema de agregar al concejo de elección popular un cierto número de vecinos en representación de cada clase: las primeras víctimas de este género de atropellos, fueron: Sevilla, Murcia, Toledo y Zamora. En 1327 suspendió Alfonso XI a la ciudad de Sevilla en la facultad de elegir alcaldes y jurados, proveyendo estos cargos por disposición real; poco después asestó el mismo rey iguales golpes a Burgos y Valladolid, extendiéndose después el mal a todo el reino.

Los caballeros y los nobles solicitaban de los reyes con empeño los cargos concejiles dados a merced real, ya por la importancia social que tenían las magistraturas populares de las grandes ciudades, ya por los pingues salarios que a título de raciones y quitaciones, percibían las personas que las desempeñaban. Cuando de los reyes no las obtenían, empleaban el soborno y la violencia para imponerse a los concejos y hacerse elegir allí donde aún los pueblos conservaban este derecho o el de proponer al rey personas para que hiciera los nombramientos.

Dice Colmeiro a este propósito: “La cobranza de los pechos y servicios reales, los oficios concejiles bien remunerados, la tenencia de los alcázares, las alcaidías de las fortalezas y castillos, el mando de las milicias en campaña, el influjo decisivo en el nombramiento de procuradores a Cortes, todo junto y lo demás qué el abuso añadía, estimulaban a los nobles a emplear las artes de la corrupción o los medios e la violencia hasta someter al yugo de su autoridad a los Concejos, y reducir a los vecinos a la humilde condición de sus vasallos”.

Muchos nobles, bajo el pretexto de que tenían casa abierta en muchas ciudades, asentaban vecindad en ellas y solicitaban y obtenían de los reyes o por la fuerza los oficios en varias, con lo cual reunían grandes salarios, sin contar otras ganancias ilícitas. Los hechos dieron la razón a las ciudades que se apresuraron, allá en el siglo xii, a prohibir que los nobles y poderosos se avecindasen y edificasen palacios, temerosos de que peligrasen sus libertades: el tiempo demostró que no eran vanos los temores de los pueblos.

No era fácil desempeñar a un mismo tiempo varios cargos que reclamaban la residencia en lugares distintos. Y los nobles los abandonaban, limitándose a cobrar raciones y quitaciones, o los arrendaban a explotadores de oficio.

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