Cuestiones y limitaciones en el proceso de arbitraje

El arbitraje es hoy el único medio de resolver pacíficamente las cuestiones de nación a nación, la única forma noble de que la justicia internacional triunfe sobre la brutalidad de la guerra.

Pero así como resulta absurdo el arbitraje forzoso para decidir las diferencias entre particulares, absurdo sería pretender imponer el arbitraje a las naciones; más absurdo aún, porque los particulares tienen que someterse a las leyes del país en que viven, y en nuestros días las naciones no tienen que someterse a un Código internacional.

No puede hacerse otra cosa que convencer a los pueblos de la conveniencia y justicia que encierra el arbitraje: porque ante todo es necesario que las partes quieran someterse a la sentencia equitativa y justa que dicten los árbitros.

No todas las cuestiones entre particulares pueden someterse al juicio arbitral y lo propio sucede con las cuestiones entre Estados; las que versan sobre los derechos esenciales para la vida de un Estado, y las que afectan directa e irremisiblemente a la dignidad y honor nacional son incontrovertibles y no pueden someterse a la decisión de los árbitros. Fiore cree que acerca de estas cuestiones no cabe arbitraje. Así lo entiende también Inglaterra. Al aceptar esta nación la proposición del Congreso de París, que dice; “Los Estados entre los cuales surgiere un serio disentimiento, antes de apelar a las armas deberán recurrir, hasta donde las circunstancias se lo permitan, a los buenos oficios de una potencia amiga”, estableció la siguiente reserva: “El deseo expresado por el Congreso no podrá nunca poner límites a la libertad de apreciación, de que ninguna potencia puede prescindir en las cuestiones que se refieran a su dignidad. Por consiguiente, no basta que las naciones quieran someter sus disentimientos al juicio de árbitros; es necesario que la materia sobre la cual ocurra el disentimiento sea de aquellas que por su naturaleza pueden ser objeto de arbitraje”.

En un estado de civilización más perfecto no dudamos que no surgirán cuestiones que no puedan ser resueltas por el procedimiento del arbitraje. Pero en tanto individuos y pueblos obren guiados por las pasiones y tengan el concepto que hoy tienen del honor y de la dignidad, no puede abrigarse la esperanza de ver extinguidas las guerras y resueltos todos los conflictos por la justicia arbitral.

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