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ATEÍSMO

Opinión de los que niegan la existencia de Dios.

ATEO: Que niega la existencia de Dios. Aplícase a personas.

ATEÍSTA: Comúnmente, ateo.

* El ateísmo en la filosofía
* La persecución de los ateos en la antigua Grecia
* El concepto de ateísmo en la historia
* Diversas definiciones del ateísmo
* El ateísmo en sentido amplio
* El ateísmo en sentido estricto
* El ateísmo científico y filosófico
* El ateísmo moderno

El ateísmo en la filosofía

El ateísmo es, ante todo, una negación, y como lo afirmado en la idea contraria (Deísmo y la existencia de Dios) no ha sido ni quizás será, dada su naturaleza que la suponemos absoluta, taxativamente determinada y precisada, resulta que la indefinida vaguedad, según la cual se concibe a Dios, es mayor aun cuando se niegan con la realidad de tal idea los atributos ontológicos y morales que a ella referimos.

Así resultaba para Proudhon “menos lógico el ateísmo que la fe” y para madame Stael tan vago e indeterminado que dudaba “si el ateísmo espiritualiza la materia o materializa el espíritu”, objeción esta última que se hace también fundadamente a la moderna hipótesis del monismo.

A la vez, D’Alembert exigió que se distinguiese “la ignorancia o desconocimiento de Dios” de “la posesión de su idea, que es después rechazada o negada” y que es a lo que se refiere el ateísmo.

Por último, J. Reynaad dice: “se puede negar determinada concepción de la Divinidad, sin por ello negar la existencia de Dios. No lo entienden así los hombres intolerantes, para quienes no existe más Dios que su Dios (el que ellos conciben o dogmáticamente creen y confiesan), y para ellos oponerse a su creencia equivale a profesar el ateísmo. De esto resulta que no hay nombre más frecuentemente atribuido por los apóstoles de todas las religiones a sus adversarios que el de ateo”. Así ha sucedido en efecto, y por desgracia sucede todavía. Basta para ser acusado de ateo que cualquiera no profese las creencias oficiales de una época.

La influencia perturbadora del sentimiento, que ha convertido fácilmente la verdad en cuestión de votos, ha determinado y producido injustas acusaciones de ateísmo y con ellas vergonzosas persecuciones contra todos loe que no prestaban adhesión a lo tenido por verdad oficial.

El criterio social, moldeado de manera inflexible por la fijeza del dogma aceptado, ha pretendido oponerse y aun anular el criterio individual; y de esta lucha han surgido los períodos de crítica y de negación ateas, que muy bien pueden coincidir con los de mayor intensidad en el sentimiento religioso, como ya hacía notar el malogrado Canalejas.

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La persecución de los ateos en la antigua Grecia

Llena está la historia de ejemplos (algunos de ellos bien vergonzosos) de estas persecuciones de la verdad oficial (que no por ser oficial es cierta) contra el criterio individual, casi siempre más certero y previsor que el ciego y rutinario instinto de conservación de lo estatuido.

Sócrates, el primer apóstol de un Dios único, puro espíritu, legislador supremo del mundo, fue condenado como ateo a beber la cicuta por el paganismo griego; de suerte que entonces era considerado ateo todo el que no profesaba, con la verdad oficial del paganismo, la pluralidad de Dioses. Antes que Sócrates, Anaxágoras fue acusado de ateo, quizá porque (tal es la contradicción en que cae el error aunque le profesen generaciones enteras y por largo decurso de tiempo) fue el único que constituyó una excepción entre los de su escuela filosófica, no dando como única explicación del mundo una idea exclusivamente naturalista.

Igual acusación se formuló contra Aristóteles en los últimos años de su vida, viéndose obligado a huir el maestro de Alejandro para evitar que con él cometieran los griegos la misma iniquidad que ya habían cometido contra Sócrates. Parece indudable que Platón hubiera corrido suerte semejante a no tener la rara habilidad de ocultar el fondo de sus creencias bajo la vestidura de fábulas y mitos poéticos. Protágoras tuvo necesidad de huir, y su escrito sobre los Dioses fue entregado al fuego por orden de los magistrados.

Numerosas y crueles han sido, en efecto, las persecuciones llevadas a cabo por la intolerancia de los helenos contra lo que opina Zeller. Afirma este célebre historiador que “los griegos no tenían jerarquía ni dogmas inviolables”, pero esta verdad de hecho es muy parcial y relativa, y desde luego lo que entraña de exacto hay que referirlo a la falta de unidad política y a la excesiva diversidad con que se constituyeron ciudades y regiones y se informó su religión.

Mucho influyó también en pro de una aparente (que no real) tolerancia el carácter local del culto, que no favorecía la intensidad de la fe, ni la centralización religiosa. Pero, a pesar de todo, lo que más acentuó las tendencias unitarias de la Grecia fue la aspiración jerárquica teocrática, cuyas miras unificadoras y de centralización se denuncian en el sacerdocio de Delfos. Existían en Grecia familias sacerdotales, aristocráticas, cuyos derechos hereditarios eran tenidos como inviolables; ejemplos los misterios de Eleusis, y de la influencia política, la caída de Alcibíades.

Cierto es que no se puede comparar su ortodoxia con la de una información doctrinal dogmáticamente organizada según un método escolástico, cosa tanto más difícil cuanto que por ello llegó demasiado tarde la fusión de cultos entre los teólogos délficos y los sacerdotes de los misterios. Pero aún así, existía el valladar insuperable de las formas místicas del culto y era incuestionable la inviolabilidad de determinadas divinidades. El criterio individual fue proscrito en absoluto de ciertos asuntos y las discusiones temerarias o las tenidas por novedades peligrosas indefectiblemente se exponían al castigo. Si el poeta el filósofo indicaban el más mínimo ataque contra la divinidad local, corrían muy graves riesgos.

A los ya citados podemos añadir, para aumentar la lista de los perseguidos, Stilpon, y Teofrasto, el poeta Diáogras de hielos, Esquilo y aún Euripides. Si Aristófanes pudo burlarse impunemente de los Dioses y ridiculizar, de modo sangriento, la superstición que procedía del exterior, fue porque supo elegir el terreno en que se había de colocar, evitando cuidadosamente herir, ni aun de soslayo, las supersticiones locales. Si Epicuro no fue perseguido, lo debió en primer término a la adhesión aparente que prestaba al culto externo.

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El concepto de ateísmo en la historia

No se perseguían sólo las violaciones del culto, sino también la doctrina y la heterodoxia, principales fundamentos de las acusaciones dirigidas contra los filósofos. Recordando el número considerable de persecuciones de este género en Atenas y en período relativamente corto, no se puede asentir a la afirmación de ZeIler que la filosofía no fue atacada más que en algunos de sus representantes.

Pudieran parecer hasta cierto punto justificadas (nunca completamente) estas persecuciones, si, como algunos indican, siguiendo la opinión de Lucrecio, fue el temor lo que obligó a concebir los Dioses, Deos fecit timor, porque en ese caso el mismo temor obligaba a recurrir a la violencia para conservarlos. Pero a la idea de Dios se unió con la del temor, la de la esperanza y la imaginación, y por último llegó a constituirse después la llamada religión del amor (la cristiana), que hubo a su vez de reincidir en este mismo censurable espíritu de intolerancia, del cual quisiéramos ver completamente libres el pensamiento y el corazón de todos los hombres.

Aun sin hacer mención de Vanini y G. Bruno, cuyas persecuciones no honran nada a los que las inspiraron, debemos recordar que en la Edad moderna fue Descartes acusado de ateo, por haberse separado de las doctrinas de Aristóteles, que en su tiempo sufrió la misma inculpación; pero que ahora representaba la verdad oficial y era el filósofo ortodoxo.

¿Qué tiene que ver, qué conexión se puede descubrir entre la idea de ateísmo, en que se inspiraban los griegos para acusar a Aristóteles, y la que aceptaban los cristianos para dirigir igual inculpación al espiritualista Descartes, porque no compartía con los escolásticos las opiniones del pagano Aristóteles?

Es punto menos que imposible precisar el sentido real, vivo y práctico que tiene la palabra ateísmo. Ella supone, ante todo, una negación (y no es por tanto definible en términos positivos) y se ha empleado para designar la negación de lo estimado como verdad oficial. Pero la verdad oficial, a pesar de sus anhelos de fijeza y permanencia, cambia incesantemente, y a sus cambios corresponden los propios de la negación.

Acusaciones semejantes y más acerbas y acentuadas fueron después dirigidas al lógico imperturbable Benito Espinoza, y de él en adelante, a todos los pensadores que han producido y sistematizado sus ideas y sus actos fuera de las vías de la ortodoxia católica, siquiera estas acusaciones hayan venido después unidas a la de panteísmo. No se aclara con semejante adición el significado de la palabra ateísmo, cuya única nota genérica viene siendo en todos los tiempos, al menos tal como la revela el uso de la palabra, la de que se ha denominado ateo a todo aquel que ha producido sincera y lealmente su pensamiento con cierta independencia de criterio y se ha opuesto a la admisión de lo dogmático y oficialmente tenido por verdadero, si él no lo ha hallado como tal.

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Diversas definiciones del ateísmo

Al precisar algo más la idea de ateísmo, se cae en mayores contradicciones. Parece lógico pensar con D’Alembert que “la simple ignorancia de Dios no constituye el ateísmo, sino que para merecer el nombre de ateo es necesario tener la noción de Dios y rechazarla”; debiendo, por tanto, circunscribir la aplicación de esta idea, no “al que tiene un conocimiento incompleto de la naturaleza divina, sino a aquel que la niega enteramente y sabe que la niega”.

Pero entonces, salvo que se aplique esta apreciación de modo amplísimo a los sistemas filosóficos, habremos de caer en errores y contradicciones sin cuento.

El idólatra que adora al Sol (o a objeto más deleznable), atribuyéndole poder, inteligencia y bondad, cualidades propias de la naturaleza divina, no podrá ser considerado como ateo, dado que él por el método de su cultura ve tales atributos y los reconoce mejor en vestidura sensible y extraordinaria; pero en cambio quizá se acusará de ateísmo a Espinosa y a todos los filósofos modernos. Quizá sea ateo práctico y de los más peligrosos el que sólo concibe a Dios por el temor, según dice Lucrecio, y groseramente lo personifica en aquel objeto que para él representa mayor suma de poder y seguramente sus esfuerzos por agradar a aquel objeto, personificación mítica de su necia creencia, representan cálculo grosero de un egoísmo revestido de ridículas supersticiones.

Subsiste la indeterminación del sentido atribuido al ateísmo, si entendemos como Colina que “ateo es el que niega la sanción religiosa y la solidaridad de los actos de una vida con los de otra”, definición que confunde la negación de la trascendencia con la de la divinidad.

Más exacto, aunque algo restringido, es el alcance que tiene para E. Charles el ateísmo, que lo considera “como negación de un principio del mundo y la apoteosis de la materia”, definición que identifica el ateísmo con el materialismo, si bien procura después distinguir entre el ateísmo teórico y el práctico, cuando dice: “Voltaire pretende que un ateo no puede ser hombre honrado, frase dura para dicha por un apóstol de la tolerancia; pero al menos es lícito pensar que no puede ser un hombre feliz y que necesita una fuerza de alma nada común para no desesperarse”.

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