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ARCHIVO

Del latín, archivum.

Lugar paraje en que se conservan con separación y seguridad papeles o documentos. || Figurativamente, lugar secreto y reservado; depósito de cosas de cierta importancia o curiosidad.

ARCHIVAR: Poner y guardar papeles o documentos en un archivo. || Figurativamente, guardar muy escondidamente alguna cosa, como para no hacer caso de ella.

ARCHIVERO / ARCHIVISTA: El que tiene a su cargo un archivo.

* Origen histórico de los archivos
* Los archivos en el antiguo Egipto y Asia
* Los archivos históricos griegos y romanos
* Los archivos nacionales en Francia
* Los archivos nacionales en Alemania
* Archivos alemanes de Baviera y Prusia
* Los archivos en Austria y Hungría
* Los archivos históricos en Inglaterra, Escocia e Irlanda
* Los archivos en Bélgica
* Archivos del reino de Italia y el Vaticano
* Los archivos históricos españoles
* Organización de los archivos reales españoles
* Archivo de Simancas
* Archivo de la corona de Aragón
* Otros archivos en España
* Archiveros, bibliotecarios y anticuarios en España
* Archivos judiciales
* Archiveros de los tribunales en España

Origen histórico de los archivos

Son los archivos como depósitos de documentos públicos y privados, tesoro inagotable para el hombre de ciencia.

Conociéronse en otros tiempos con los nombres de chartarium, graphiarium, sanctuarium, sacrarium, scrinium, grammatophilatium y armarium, y debieron su origen a la necesidad.

Existe en el hombre el deseo de perpetuarse a sí mismo y de transmitir a las generaciones venideras el recuerdo de los sucesos o personajes que ejercieran sobre nosotros influencia. Respondiendo a este sentimiento, levantaron las sociedades de todos los tiempos obras de diverso género. He aquí uno de los orígenes de los archivos.

Pero a medida que aumentó la cultura de los pueblos, inventaron éstos la escritura, y la usaron, no sólo para consignar en forma duradera los acontecimientos, sí que también para hacer constar los contratos y otros mil convenios estipulados, ya entre naciones distintas, ya entre particulares. Bien pronto se advirtió la conveniencia de que estas actas se conservasen en sitio determinado, a donde pudiera acudirse cuando ocurrieran dudas sobre las mismas, y entonces, según toda probabilidad, nacieron los archivos.

Creció la civilización; el comercio, la industria y las manifestaciones del espíritu se multiplicaron, y como lógica consecuencia, los escritos de interés, los títulos, las actas, etc., fueron más numerosos, y los archivos públicos y particulares hubieron de fundarse por doquiera.

Explícase por lo dicho, que los archivos se mencionen en los anales de todos los pueblos cultos.

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Los archivos en el antiguo Egipto y Asia

Hubo en Egipto archivos nacionales desde los primeros tiempos. Establecidos en los templos, su custodia estaba encomendada a los sacerdotes. En aquellos riquísimos manantiales hallaron muchos escritores antiguos las noticias que sobre el pueblo del Nilo nos han legado, y los modernos han descubierto en tan preciosas fuentes, documentos que remontan su existencia al siglo xxiii antes de J. C., listas de las dinastías egipcias y otros datos que han venido a confirmar la interpretación dada a las inscripciones de los monumentos.

Las naciones asiáticas que se comunicaron con Egipto, es casi seguro que le imitaron en este punto. El buen sentido dice que las civilizaciones asiria, india, etc., que consiguieron un no común adelanto, no dejarían de contar los archivos en el número de sus instituciones políticas.

Los hebreos tuvieron estos depósitos, primero en el Arca y en el Tabernáculo, más tarde en el templo de Jerusalén; el fuego destruyó estas colecciones cuando la toma de la ciudad por Vespasiano.

Los reyes de Persia tenían en sus palacios archivos donde se guardaban los edictos, las estadísticas de las rentas públicas, las memorias importantes y los anales de la monarquía. En el libro de Esdras se halla una indicación de los archivos de Media y Babilonia, guardadores de las actas de sus reyes.

Tertuliano habla de los archivos de los fenicios y caldeos, y Josefo menciona los de los tirios.

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Los archivos históricos griegos y romanos

En Grecia, cada ciudad poseía sus archivos, que, con su tesoro sagrado, se hallaban en los templos, porque así la santidad del lugar garantizaba, la seguridad del depósito. Allí se reunían los originales de las leyes, las actas de interés general, los títulos de diversas familias de ciudadanos y las obras de los poetas ilustres. Recuérdase, entre los templos que conservaban tales depósitos, los de Delos, Delfos y Minerva en Atenas.

Afirma Tácito que, bajo el reinado de Tiberio, existían aún en el Peloponeso los originales del tratado de partición hecho entre los Fleráclidas cuando invadieron, un siglo después de la guerra de Troya, aquella región meridional de la Grecia; y Pausanias refiere que las poesías de Hesíodo se depositaron en el templo de las Musas en Beocia.

Roma, bajo la monarquía, encerró los archivos del Estado en los palacios de los reyes, que se reservaron el honor de custodiarlos. Expulsado Tarquino el Soberbio, Valerio Publícola dispuso que los archivos fueran trasladados al templo de Saturno.

Pero no era éste el único sitio en que se hallaban. Los tratados de paz y alianza se conservabais en el templo de Júpiter Capitalino; los anales de los pontífices, en el de Juno; las actas del pueblo y del Senado, las leyes, sentencias, contratos entre particulares y testamentos, en el de la Libertad; registros de los censores, con el nombre, edad y familia de los ciudadanos, en el do las Ninfas; los de nacimientos, en el de Saturno; los de los jóvenes que vestían la toga viril, en el de la Juventud; y los de fallecimientos en el de la diosa Libitina.

La conservación de estos archivos llegó a ser una de las atribuciones del consulado, que luego pasó a los emperadores. Estos tuvieron archivos denominados del palacio o sagrados (scrinia palatii, sacra scrinia), y divididos en dos categorías: los ambulantes (viatoria) que acompañaban al emperador en sus viajes, y los permanentes (stataria), que nunca salían del palacio.

Por voluntad de Antonino Pío, se extendió a las provincias la creación de archivos, y por mandato de Justiniano, se estableció uno en cada ciudad. Loe emperadores confiaron su custodia a los prefectos del tesoro con oficiales nombrados ex profeso para el examen y conservación de los documentos públicos y su arreglo y colocación en los archivos. Un conde era, hacia fines del Imperio, el inspector de éstos, y muchos particulares, según un texto del jurisconsulto Paulo, tenían en sus casas un lugar llamado archivo, en el que conservaban las actas, títulos y papeles referentes a sus intereses y los de sus familias.

Los reyes godos de Italia, los primeros monarcas franceses y aun los de otros países, dictaron medidas para el establecimiento y conservación de los archivos, que vinieron a ser depósitos de documentos de interés general, abiertos a todo el que quisiera consultarlos.

La Iglesia, desde tiempos muy remotos, creó archivos de libros sagrados, cartas de obispos, actas de los concilios, y nombramientos y titules de propiedad. La institución se remonta a mediados del siglo III, corriendo entonces su dirección a cargo de un canciller. Obispos, monasterios e iglesias copiaron este ejemplo y colocaron en sitio seguro los documentos que les pertenecían. Poseedor en aquella época el clero de la mayor suma de ilustración, los archivos eclesiásticos atesoraron preciosos manuscritos, ya sobre asuntos civiles o judiciales, ya sobre otras materias. Por esto en nuestros días son objeto de investigaciones eruditas, coronadas casi siempre por el éxito.

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Los archivos nacionales en Francia

Francia tuvo archivos en los palacios de los reyes de las dos primeras dinastías, conservando de este modo las leyes de los príncipes, los reglamentos de los concilios, las capitulares, las listas de impuestos, etc.

Expuesto el depósito a los azares de la guerra, por la costumbre de llevarlo los reyes en sus viajes, fue, a últimos del siglo xii, guardado en el Temple, y posteriormente, por disposición de San Luis, en la Santa Capilla, donde permaneció hasta la Revolución.

En el siglo XVIII procuró el Gobierno recoger cuanto se hallaba diseminado en los archivos eclesiásticos y particulares, obteniendo de esta investigación la copia de 50.000 piezas, a las que se agregaron otras copiadas en Inglaterra, Roma y los Países Bajos.

Por ley de 12 de septiembre de 1790, se declaró que los archivos de la Asamblea nacional eran el depósito de todas las actas que establecían la constitución del reino, su derecho público, sus leyes y su división en departamentos.

Suprimidas las antiguas corporaciones civiles y religiosas, fue necesario centralizar los archivos, y con tal objeto se designó una comisión encargada de examinar todos los papeles que habían venido a manos de la nación, y proponer el destino que se les había de dar.

Años después (1808) los archivos nacionales cambiaron este nombre por el de Archivos centrales del imperio francés. Conservan estos depósitos millones de títulos, de los que se han hecho cuatro divisiones: secretaría, con los documentos que provienen de la antigua secretaría de Estado y que se refieren a la historia del primer Imperio y los del famoso armario de hierro; sección histórica, con las Piezas interesantes para la historia política, militar y religiosa de Francia, desde los tiempos más remotos hasta 1789; sección administrativa, y sección legislativa o judicial, que comprende las leyes y actas de las Asambleas legislativas desde 1789 hasta hoy, y los documentos de los cuerpos judiciales de la vieja monarquía.

Los depósitos de los archivos del Estado no están abiertos al público, pero pueden ser visitados mediante autorización. Los informes y datos que a los mismos se piden, abonan ciertos derechos.

Conócense también en Francia otros archivos especiales de tos Ministerios de la Guerra, Marina y Negocios extranjeros; el archivo de la prefectura de policía, los departamentales, los de los ayuntamientos, etc.

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