En la antigüedad clásica se emplearon las arcas para guardar vestidos, plata, provisiones, etc., teniendo ya entonces, en Grecia e Italia, no solamente el carácter de tesoro o hucha que tuvo en la Edad Media, sino la misma forma cuadrangular.
Las pinturas de los vasos griegos ofrecen la representación de Dánae y Perseo en el momento en que los van a encerrar en un arca para arrojarlos al mar, hecho que demuestra la sólida estructura y las dimensiones de los mayores cofres griegos. Estos eran cuadrangulares, descansando sobre cuatro garras de león o grifos, y la tapa, plana, abría sobre charnelas, cerrando por medio de un complicado nudo, pues aun no se conocían las cerraduras. A juzgar por estas mismas pinturas de vasos, las arcas estaban decoradas, exteriormente, con adornos sencillos.
Del mismo género eran las arcas empleadas para conservar los objetos preciosos que constituían el tesoro de los templos y que estaban colocadas en el opistodomo. Por igual manera, los particulares tenían en el lugar mas apartado de la casa el arca en que guardaban el dinero, los títulos y objetos de valor.
La misma costumbre se observó en Italia: en el atrium de las casas primitivas, o sea la habitación en que estaba constantemente la madre de familia, junto al lecho nupcial, rodeada de sus hijos y de sus siervos, estaba la caja del dinero.
Como las tumbas etruscas reproducen las moradas de aquellos antiguos pobladores del Lacio, puede apreciarse en una tumba de Cere un arca colocada junto al lecho en que aparece el difunto rodeado de sus armas: el arca tiene cerradura y está pintada de rojo con guarniciones del color amarillo del cobre.
También se guarnecieron las arcas con placas de hierro, de donde vino la denominación latina de arca ferrata o aerata, pudiéndose ver ejemplares de ellas, halladas en Pompeya; una está cubierta con placas de bronce que contienen dibujos de figuras mitológicas y decorativas. Tal como fueron descubiertas estas arcas en Pompeya, en 1864 y 1867, descansaban sobre un poyo de albañilería que había en el atrio junto a una pilastra y estaban sujetas al suelo por un recio clavo que atravesaba el fondo del mueble.
En cuanto al tamaño de las arcas romanas, que era el mismo de las grandes arcas griegas, bastará mencionar el hecho referido por Apiano de que un proscrito estuvo varios días escondido dentro de un arca de hierro donde le llevaban alimento, sin que nadie, estando en medio de la casa, le pudiera encontrar.
Había un esclavo de confianza consagrado a guardar la caja o arca, de donde le vino el nombre de Arcarius.
Los latinos también dieron el nombre de arca a los sarcófagos de piedra y a los ataúdes de madera semejantes, por la forma, a las arcas descritas.
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