Los altares han sido conocidos por todos los pueblos, y empleados en todas las religiones bajo distintas formas y diversos usos.
Los de los egipcios eran monolitos de granito o basalto, en forma de cono truncado, y vaciados como un embrido por su remate superior y todos estabas situados en los santuarios.
Entre los griegos había diversidad de altares en que ofrecían sacrificios a sus falsas deidades. Los destinados a los dioses superiores o celestes colocábanse en alto; a la altura ordinaria los ofrecidos a los dioses de la tierra, y los de los dioses infernales se colocaban en un hoyo bajo el nivel del suelo.
Variaban mucho en su forma y materiales. Los altares de los romanos eran en general pedestales cuadrados, llenos de adornos e inscripciones; se colocaban en las casas particulares para honrar los dioses domésticos y en todos los sitios de espectáculos. En los templos ponían tres, uno en el santuario, al pie de la estatua de la divinidad para colocar las ofrendas y quemar incienso; otro a la puerta del templo para los holocaustos, y un tercero, portátil, llamado anclabris, que servía para tener los vasos sagrados.
Los cristianos consideran como el primer altar la mesa del Cenáculo en que Jesucristo instituyó la Eucaristía; en memoria de esta sagrada institución se da a los altares la forma de ese mueble, y son designados muy a menudo en los libros litúrgicos con la palabra mensa.
Los primeros altares en las Catacumbas fueron los sepulcros de los mártires, y se llamaron martyrium, titulus, testimonium y confessio.
Hasta el tiempo de Constantino los altares fueron de diversas materias, como oro, plata, piedra y madera; pero desde el principio del siglo los Concilios prohibieron que se hiciese de este último material, y en el vi ordenaron que sólo se consagrasen los construidos de piedra.
En Oriente, y en particular en areoia, han conservado los altares la forma tradicional de la mesa, haciéndolos de una tabla, por lo general de mármol, sostenida sobre cuatro pies, uno en cada esquina, o sobre uno solo central. En Occidente, al contrario, se conservó la forma del sarcófago de las Catacumbas; pero no prevaleció constantemente, sino que también se empleó la de mesa, o sea un tablero sostenido por columnas y hueco por debajo, en un todo semejante a las mesas comunes.
La ornamentación de unos y otros, que es lo que caracteriza los de las distintas épocas y estilos, es la arquitectónica e iconográfica propia del estilo arquitectónico general imperante, y por su medio se pueden clasificar fácilmente.
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