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AGONÍA

Del griego, lucha, combate.

Lucha postrema entre las fuerzas del espíritu y las de la materia, caracterizada por el mayor o menor anhélito en el ser moribundo.

— Toque especial de campana usado en algunas iglesias para avisar a los fieles que se halla agonizando algún enfermo, y pidan a Dios le conceda una buena muerte. En otras partes suelen dar esas campanadas diariamente, algún tiempo después del toque de Animas, haciendo extensivo su objeto a todos los fieles del orbe que se encuentren a la sazón en el estado de agonía. En este segundo caso se usa más comúnmente en plural.

— Figurativamente, pena o aflicción extremada. || Ansiedad e insistencia con que se estrecha o apura a alguno.

AGONISTA: Persona que se halla en la agonía o luchando con las ansias de la muerte.

AGONIZANTE: Que agoniza. Usase en lo propio y en lo figurado. || Dícese del religioso de la Orden que tiene por instituto auxiliar a los moribundos.

AGONIZAR: Auxiliar, o ayudar a bien morir al que está en la agonía. || Estar el enfermo en la agonía. || Tocar al fin de su existencia alguna cosa.

* Sentido médico de la agonía
* Fórmula mecánica de la agonía
* La agonía como combate a la muerte
* Condiciones de la agonía
* Agonía y conflicto
* Enfermedad y agonía
* Naturaleza del proceso agónico
* Mecanismo y causa de la agonía
* Fenómenos proagónicos
* Descripción teórica de la agonía
* Descripción clínica de la agonía o facies hippocratica
* Fenómenos terminales de la agonía

Sentido médico de la agonía

De acuerdo a los principios de medicina, se emplea para expresar el último trance de la vida, summum vitae periculum; de donde agonizar, agonizante, agónico, etc. Este vocablo, de universal adopción médica y vulgar, no tiene, sin embargo, valor técnico-jurídico, pues los textos clásicos de Derecho no llaman a los moribundos agonizantes, sino constituti aut positi in extremis.

En sentido médico figurado, en los textos originales de loa antiguos clásicos no es raro encontrar vocablos derivados usados en sentido metafórico. Así, por ejemplo, Galeno, en su libro De marasm. (c. 8.), hablando de la eficacia del agua fría contra la erisipela aguda febril, dice: “que se emplee de tal suerte que su frialdad pueda obrar agonísticamente victoriosamente contra el hervor acre de la sangre”. En la propia acepción Pablo de Aegina (L. II, c. 30) llama agonístico, combatiente, el agua muy fría.

Se define agonía al primer período de la muerte preternatural, y consiste en el conflicto entre los efectos mortales de la lesión y el remanente de energía individual utilizable como función viva.

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Fórmula mecánica de la agonía

La intensidad y duración de la agonía están en razón inversa de la intensidad y trascendencia de la lesión, y en razón directa del remanente de energía del individuo, según la edad, dentro de su especie.

1° Corolario: Que la verdadera muerte natural no va, ni puede ir precedida de agonía, por hallarse exhausto de energía viva el individuo, como tampoco pasa agonía aquel que sucumbe a la acción de causas estupendas por su intensidad y prontitud, como son, por ejemplo, la conmoción llamada Shok por los cirujanos contemporáneos, las violentísimas emociones morales capaces de matar instantáneamente, el rayo, ciertas insolaciones, súbitas hemorragias internas, heridas muy graves, algunas afecciones cerebrales, etc.

2° Corolario: Que cuanto más joven es el individuo y más ajena a las entrañas vitales por excelencia (cerebro, corazón y pulmones) es la lesión, tanto más larga y trabajosa es la agonía. De suerte que, en la práctica, conocidos los datos, a saber: carácter de la lesión y naturaleza y edad del paciente, cabe predecir con bastante seguridad la duración e intensidad que correspondería a la función agónica, caso que el enfermo llegare a sucumbir.

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La agonía como combate a la muerte

La clara intuición de las expuestas verdades sugirió a los antiguos la idea de llamar Lucha, Combate, el último y angustioso tranco de la vida. Y en efecto, cada ser viviente representa un conjunto de intereses creados que llevan en sí mismos la aptitud para realizar, en comercio con el mundo, una serie dada y definida de beneficios temporales, y cuando en el seno del individuo (animal en general) se da un centro gerente del capital dinámico, con facultades auxiliases aprehensiva (sensibilidad) y determinativa (volición), claro es que su natural tendencia, deliberada o indeliberada, torpe o discreta, vencedora o vencida, ha de propender, necesariamente, a persistir, mientras quede en el seno del organismo un remanente de aptitudes fisiológicas para llevar a término, según su especie, la evolución de aquel impulso adquirido en la concepción que constituye su caudal, su interés práctico y su naturalísimo derecho.

Así es que, o no hay combates en el mundo, o la agonía lo es en el sentido recto y adecuado del vocablo.

¿Qué diferencia señalaremos, si no, entre el instintivo dar con que el niño atacado de croup lleva, entre las ansias de la muerte, las vacilantes manitas a la garganta, para soltar aquel como nudo que lo agarrota (de donde el expresivo n. esp. garrotillo) y el propio instintivo afán con que las llevaría a la misma parte si un malhechor intentara estrangularle? ¿qué distinción estableceremos entre el agónico que recurre a los músculos accesorios de la respiración para dilatar sus pulmones ya casi hepatizados por una neumonía aguda y aquel individuo que, retenido por otro de fuerza superior, y sintiendo oprimidos sus costillares, recurre a los mismos músculos para poder, merced a estos, agenciarse un poco de aliento con que clamar socorro?

La escuela contemporánea, poseída de una perjudicialísima preocupación, lleva en este y otros particulares sus aprensiones hasta el ridículo y, olvidada, en el punto concreto que nos ocupa de su propio dogma de la lucha por la existencia, cual si la agonía no fuese, como es, la última expresión y el postremo acatamiento de esa ley natural, y por si acaso la idea de agonía envolviese algo así como testamento de un alma, sólo porque es alma, o empeño de una fuerza vital, sólo porque es vital, a abandonar su cuerpo, niega en redondo que la agonía lo sea.

Y a tal extremo llega esa especie de pánico, que no es posible hallar hoy en el mundo médico un solo tratadista o articulista cuyo primer cuidado, al etimologizar y definir la voz AGONÍA, no consista en protestar de la impropiedad del vocablo, asegurando que lo que precede a la muerte no es tal combate; sobresaliendo precisamente en esta porfía los alemanes, aunque no sin motivo, porque a éstos, además de mortificarles la palabrota griega de universal adopción, les ruboriza ver que su propio idioma llame a las postrimerías de la vida Todeskampf, que también quiere decir: Combate de la muerte.

Afortunadamente para los intereses intelectuales, la palabra y el concepto resistirán a todas esas y cualesquiera otras protestas, nacidas de mezquina pasión política, y quedarán perpetuamente aceptados, bien como expresión fiel de los hechos; pues aunque en realidad el vocablo agonía no hubo de ser, dada su índole poética, elegido directamente por el entendimiento, sino inspirado a éste por la imaginación, forzoso es reconocer que, dentro de la observación serena, es la imaginación la más discreta consejera para proponer al entendimiento vocablos felices.

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Condiciones de la agonía

Lo cierto es que la agonía constituye, como acto de combate, un caso particular de la lucha por la existencia, conforme ésta, a su vez, queda reducida a un especial caso del concurso universal de naturales tendencias, y que, para poder apellidar combate a uno de esos concursos conflictos, bastan, según de lo antedicho se desprende, estas tres condiciones:

1° Que uno de los seres concurrentes goce la categoría de individuo más o menos sensible, inteligente y determinable.
2° Que al ocurrir la colisión posea éste todavía un tanto de energía viva que le solicite a subsistir.
3° Que la fuerza contraria no sea ni tan poderosa ni tan ejecutiva que imposibilite materialmente la realización de toda lucha.

En claro y sencillo ejemplo, meramente mecánico, quedará patente lo que va expuesto y algo más.

Sea una mesa de billar de indefinida longitud, e imaginemos que desde su punto de salida, y a impulso del taco manejado por un jugador más o menos vigoroso y diestro, salió rodando una bola. Esa bola, o seguirá su marcha de un modo expedito, sin más resistencia que la ordinaria del medio (roces con el paño y el aire), encontrará tropiezos accidentales (bandas, palos, hoyos, etc.).

En el primer supuesto, la bola disparada irá disminuyendo por modo naturalísimo previamente calculable (aunque no espontáneo, mal su grado, como envejecemos los vivientes), hasta que al fin llegará un momento y lugar en que, reducida a cero su fuerza viva y velocidad adquirida, se quedará inmóvil para siempre sobre el paño.

En el segundo supuesto pueden ocurrir tres distintos casos:

1° Un conflicto con fuerza contraria igual o mayor.
2° Un conflicto con obstáculos superables, por ser menos poderosos que lo es la bola en aquel momento de su curso.
3° Un conflicto con uno o varios obstáculos, pero en tal relación mecánica, que sólo después de muchos retruques y rebotes, quede la bola, a fuer de vencida, parada; mas no tanto, que antes de llegar al absoluto reposo no gire aun breves instantes alrededor de su eje y un si es no es en progresión sobre la mesa.

Ahora bien: a esa bola de billar atribuyámosle por legítimo antojo de nuestra fantasía, una conciencia o un simple consensus instintivo, y todas las indicadas variantes se convertirán, en cuanto sentidas, conocidas e intervenidas, en conflictos vitales; la del primer caso, en la derrota fisiológica, lenta, suave, ineludible de la vida normal, bajo la forma de muerte natural, sin agonía, por agotamiento total, armónico y simultáneo de todas las formas de energía viva; y de las tres restantes del segundo caso, reconoceremos en:

1° La muerte accidental sin agonía por superioridad e instantaneidad absolutamente incontrastables de la causa.
2° La enfermedad, terminada por curación más o menos gravosa a los intereses totales del individuo.
3° La enfermedad mortal, constituyendo el último, inútil, pero instintivo y angustioso girar de la animada bola, el período agónico, que ya no es enfermedad, que constituye protesta vana, pero protesta al fin y postrimera lucha, combate in extremis, para todo ser que es gerente de su propia conservación en la lucha por la existencia.

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