Lo cierto es que la agonía constituye, como acto de combate, un caso particular de la lucha por la existencia, conforme ésta, a su vez, queda reducida a un especial caso del concurso universal de naturales tendencias, y que, para poder apellidar combate a uno de esos concursos conflictos, bastan, según de lo antedicho se desprende, estas tres condiciones:
1° Que uno de los seres concurrentes goce la categoría de individuo más o menos sensible, inteligente y determinable.
2° Que al ocurrir la colisión posea éste todavía un tanto de energía viva que le solicite a subsistir.
3° Que la fuerza contraria no sea ni tan poderosa ni tan ejecutiva que imposibilite materialmente la realización de toda lucha.
En claro y sencillo ejemplo, meramente mecánico, quedará patente lo que va expuesto y algo más.
Sea una mesa de billar de indefinida longitud, e imaginemos que desde su punto de salida, y a impulso del taco manejado por un jugador más o menos vigoroso y diestro, salió rodando una bola. Esa bola, o seguirá su marcha de un modo expedito, sin más resistencia que la ordinaria del medio (roces con el paño y el aire), encontrará tropiezos accidentales (bandas, palos, hoyos, etc.).
En el primer supuesto, la bola disparada irá disminuyendo por modo naturalísimo previamente calculable (aunque no espontáneo, mal su grado, como envejecemos los vivientes), hasta que al fin llegará un momento y lugar en que, reducida a cero su fuerza viva y velocidad adquirida, se quedará inmóvil para siempre sobre el paño.
En el segundo supuesto pueden ocurrir tres distintos casos:
1° Un conflicto con fuerza contraria igual o mayor.
2° Un conflicto con obstáculos superables, por ser menos poderosos que lo es la bola en aquel momento de su curso.
3° Un conflicto con uno o varios obstáculos, pero en tal relación mecánica, que sólo después de muchos retruques y rebotes, quede la bola, a fuer de vencida, parada; mas no tanto, que antes de llegar al absoluto reposo no gire aun breves instantes alrededor de su eje y un si es no es en progresión sobre la mesa.
Ahora bien: a esa bola de billar atribuyámosle por legítimo antojo de nuestra fantasía, una conciencia o un simple consensus instintivo, y todas las indicadas variantes se convertirán, en cuanto sentidas, conocidas e intervenidas, en conflictos vitales; la del primer caso, en la derrota fisiológica, lenta, suave, ineludible de la vida normal, bajo la forma de muerte natural, sin agonía, por agotamiento total, armónico y simultáneo de todas las formas de energía viva; y de las tres restantes del segundo caso, reconoceremos en:
1° La muerte accidental sin agonía por superioridad e instantaneidad absolutamente incontrastables de la causa.
2° La enfermedad, terminada por curación más o menos gravosa a los intereses totales del individuo.
3° La enfermedad mortal, constituyendo el último, inútil, pero instintivo y angustioso girar de la animada bola, el período agónico, que ya no es enfermedad, que constituye protesta vana, pero protesta al fin y postrimera lucha, combate in extremis, para todo ser que es gerente de su propia conservación en la lucha por la existencia.
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