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ACUARELA

Del italiano acquarela; de acqua, agua.

Pintura en colores transparentes preparados con goma y diluidos en agua. La acuarela se ejecuta en papel, cartulina, cartón y marfil, y hasta en madera convenientemente preparada para recibirla.

ACUARELISTA: Pintor o pintora de acuarelas.

* Evolución de la acuarela en la historia
* Acuarela, aguada y técnicas mixtas
* La acuarela y las miniaturas
* La acuarela en los manuscritos antiguos
* La acuarela en la iglesia de Oriente
* La acuarela en la Edad Media
* Acuarela y caligrafía
* La acuarela en la restauración carlovingia
* La acuarela en la restauración francesa
* Secularización de la acuarela
* Transformación de la acuarela en la Edad Media
* El naturalismo en la acuarela
* Consideraciones respecto a la acuarela en la Edad Media
* Adelantos de la acuarela en Inglaterra
* Evolución de la acuarela en Europa
* La acuarela en España

Evolución de la acuarela en la historia

Este género de pintura ha existido siempre, aunque se ignore que procedimientos empleaban los antiguos para hacer los colores: acaso los dispondrían en pastillas como las que se usaban hasta hace algunos años, las cuales se desleían de la misma manera que las barras de tinta de China sobre una paleta de porcelana, mojándolas en agua por uno de sus cantos.

Hoy ya no se usan sino en forma gelatinosa, encerradas en tubos como los colores preparados para pintar al óleo, lo cual proporciona al acuarelista grandes ventajas y ahorro de tiempo. Los pinceles que se emplean son de pelo de tejón, y debe cuidarse que sean de buena calidad, es decir, que tornen bien el agua, para que los mayores, destinados a extender el color con igualdad en los grandes espacios, recorran toda la superficie del papel sin quedar enjutos.

La acuarela no es aplicable a obras de grandes dimensiones; sin embargo de que por los adelantos modernamente introducidos en la fabricación del papel y de la cartulina, se producen hoy acuarelas que merecen el nombre de verdaderos cuadros. Antiguamente sólo se aplicaba en pequeña escala.

Tampoco se producían con ella obras de grande efecto y de tonos vigorosos, porque se creía que el procedimiento no se prestaba a obtenerlos: los recursos técnicos eran escasos, y el acuarelista se contentaba con una aproximación a la realidad, puramente convencional, que recordaba en cierto modo la antigua iluminación.

Pero en nuestros días se han dado en este género de pintura pasos tan gigantescos, que ya las acuarelas rivalizan en efecto por su entonación y tamaño con los cuadros al óleo de los grandes coloristas.

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Acuarela, aguada y técnicas mixtas

Había también una preocupación que servia de rémora al talento del acuarelista, y era que no se podía retocar volver a pintar sobre lo pintado; que no se debían emplear tampoco colores de cuerpo en ningún caso, y que los blancos se habían de hacer dejando en claro el papel o fondo.

Hubo pintores de genio que no hicieron caso de estas y otras reglas de rutina, y que combinando oportunamente toda clase de colores, y encontrando el modo de sacar los claros sin ceñirse a obtenerlos del blanco del papel, produjeron obras entonadas, vigorosas, de tintas armoniosas y transparentes.

Desde entonces ha desaparecido la rigorosa división que establecían los antiguos cánones pictóricos entre acuarela y aguada, y son hoy muchos los acuarelistas que ejecutan sus obras con esta racional libertad de medios, de que fue admirable ejemplo nuestro grande artista Mariano Fortuny.

Ni es del todo nuevo este procedimiento mixto por cuya virtud entran a veces los colores de cuerpo, como el albayalde y el ocre, si bien en módicas proporciones, en la paleta de colores transparentes del acuarelista.

En la Biblioteca Vaticana se conserva un rollo de vitela de más de diez metros de largo por treinta centímetros de alto, en que un artista bizantino, anterior la época en que León Isaurio expidió su famoso edicto de proscripción contra las imágenes, es decir, anterior al siglo viii, pintó las guerras de Josué. Forma esta interesantísima miniatura una serie de cuadros, que se desarrollan por el estilo de los bajos relieves de la columna Trajana, y que por el carácter de la letra que indica los nombres de los personajes y los asuntos representados, se estima obra del siglo vii: y examinando atentamente su ejecución, se advierte que en ella el colorido es una ligera acuarela sin empaste, que los únicos colores empleados por el artista son el azul, el pardo y el carmín, y que las luces están hechas con albayalde, esto es, a la aguada.

Hay más: algunos célebres profesores no vacilaron en mezclar con los colores los trazos de lápiz, y aún los de pluma, si bien esta práctica se observa en obras de mero estudio, y no en acuarelas en el verdadero sentido de esta palabra.

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La acuarela y las miniaturas

Hemos dicho, contra lo que generalmente se cree, que la acuarela ha sido conocida siempre; y ahora debemos añadir que su historia va unida con la de la miniatura, considerada como ornamentación de los manuscritos.

El libro, compañero el más indispensable de la vida íntima del hombre, fue en todo tiempo depositario de muy apreciable riqueza pictórica: en la antigüedad, porque contenía tesoros iconográficos y científicos; en la Edad Media, porque la piedad y el sentimiento religioso ponían en él los símbolos y las figuras que avivaban su fe y sus esperanzas.

Los libros de horas o devocionarios fueron durante siglos enteros la única lectura de muchos pueblos. Siempre ha habido pues en el mundo, —entiéndase en el mundo culto, antiguo y moderno—, manuscritos exornados con miniaturas, y por lo tanto acuarelas.

Según refiere Plinio, los médicos griegos Crátenos, Dionisio y Metrodoro, enriquecieron sus obras con pinturas que reproducían las plantas de cuyas propiedades trataban. El mismo historiador nos informa de que Marco Verrón ilustró sus numerosos Libros de Imágenes, grande obra iconográfica lastimosamente perdida, con los retratos de setecientos hombres esclarecidos, por medio de cierto procedimiento que no conocemos. De esta obra se sacaron sin duda muchas copias, porque añade que el docto polígrafo había de aquel modo asegurado la inmortalidad a aquellos preclaros varones, dándolos a conocer a todo el universo.

También Séneca en su tratado De tranquilitate animi habla de libros exornados con efigies.

Desgraciadamente ninguno de aquellos libros ilustrados ha llegado a nosotros, y el más antiguo documento de la caligrafía con viñetas parece ser hasta ahora el Virgilio de la Biblioteca del Vaticano, escrito según se cree en el siglo iv. Enriquécenle cincuenta miniaturas, de las que hay algunas casi borradas; pero no citamos este manuscrito para señalar en él obras ejecutadas a la acuarela, sino para la investigación de la época en que podrá suministrarnos la antigüedad los primeros vestigios del arte de que tratamos.

Es fuerza reconocer que los más antiguos manuscritos no ofrecen por lo general miniaturas de las que en este momento buscamos, sino verdaderas aguadas; sin embargo, si hemos de tratar, aunque sea sumariamente, la historia de la acuarela, preciso es que continuemos el examen comenzado, para ver si en algún otro códice antiguo sorprendemos al acuarelista disfrazado bajo los procedimientos de la pintura a la aguada.

Y en efecto, ofrécesenos ahora otro manuscrito de las obras del mismo Virgilio, perteneciente también a la Vaticana, pero posterior en unos cien años al anteriormente mencionado, que contiene diez y nueve miniaturas en las cuales no sólo es visible la carencia del antiguo modelado con colores a la aguada, sino que hasta se presenta la acuarela con caracteres de pura iluminación. El colorido carece de tono, las figuras no tienen el menor relieve; los colores dominantes son el verde, el rojo y el morado; las encarnaciones, amarillentas y sin empaste, sin otro accidente más que unos toques de rojo en las mejillas.

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La acuarela en los manuscritos antiguos

Manuscritos cristianos de los seis primeros siglos adornados con miniaturas, no se conoce ninguno de procedencia europea: parece probable que la primitiva Iglesia de Occidente no usó libros ilustrados con viñetas.

De la caligrafía ilustrada de Italia posteriormente a la destrucción del Imperio por los Heridos y hasta el renacimiento de las artes a fines del octavo siglo, no quedan reliquias, y si bien es cierto que el célebre Casiodoro, después de haber sido ministro de Odoacro y de reyes ostrogodos, se retiró a la Calabria donde fundó el monasterio de Viviera con el objeto casi exclusivo de salvar los monumentos de la literatura profana y sagrada, nada autoriza a suponer que en aquel cenobio se echara mano del arte decadente de la época para enriquecer con miniaturas los manuscritos. El erudito Labarte, en su Histoire des arts industriels au moyen áge, así lo reconoce.

Y sin embargo, no puede aseverarse de una manera absoluta que no hubiese Iglesia alguna que produjera manuscritos ilustrados antes del octavo siglo, porque la Iglesia española visigoda nos los suministra. Existen en la Biblioteca de la Real Academia da la Historia de Madrid un misal gótico de ese mismo siglo viii, con una viñeta que representa la Crucifixión, dibujada a pluma y realzada con ligeros toques de iluminación, y un códice por lo menos, del siglo ves, procedente del monasterio de San Millán de la Cogolla, donde hay páginas enteras de pintura decorativa arquitectónica ejecutadas a la acuarela.

Comparada con la Iglesia de Occidente, la de Oriente ofrece una gran riqueza en esta clase de obras, a pesar de las bárbaras destrucciones causadas por los iconoclastas.

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