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ACCIDENTE

Del latín, accidens.

— Calidad o estado que aparece en alguna cosa, sin que sea de su esencia o naturaleza.
— Suceso eventual que altera el orden regular de las cosas.
— Indisposición o enfermedad que sobreviene repentinamente y priva de sentido o de movimiento.
— En gramática: Modificación o alteración que en su estructura material o gráfica experimenta un vocablo para connotar su relación con otro u otros del mismo discurso.
— En medicina: Síntoma grave que se presenta inopinadamente durante una enfermedad, sin ser de los que la caracterizan.
— En música: (Abusivamente.) Alteración.
— Galicismo en las acepciones de igual índole que del adjetivo accidentado.

DE ACCIDENTE / POR ACCIDENTE: Por casualidad.

ACCIDENTADO, DA: Amagado de algún accidente, o que ha quedado con reliquias de él. Aplicase con más frecuencia al que se encuentra accidentalmente privado de sentido. || Galicismo, por borrascoso, agitado; por fragoso, escabroso, áspero, cerril, doblado; por variado, ameno, caprichoso.

ACCIDENTAL: No esencial. || Casual, contingente. || En música, alteración. || En física, se dice del efecto o causa que sobreviene sin sujeción a leyes ni en repeticiones periódicas.

ACCIDENTALIZAR: En música, modificar las notas musicales por medio de sostenidos o bemoles.

ACCIDENTALMENTE: Por accidente, casualmente.

ACCIDENTARSE: Ser acometido de algún accidente que priva de sentido o de movimiento.

* El accidente filosófico
* Accidente en ciencias naturales y cronología
* Sentido científico y filosófico del accidente
* El accidente en lógica
* El accidente en el orden moral
* Accidentes eucarísticos
* Accidentes marítimos
* Accidentes geográficos
* Los accidentes en carreteras y ferrocarriles

El accidente filosófico

Es un término que se explica en su sentido filosófico de una manera negativa. Acontece con él algo semejante a lo que sucede con el término absoluto. Tomada la palabra accidente en su acepción vulgar, se aplica a lo que sucede por casualidad o fortuitamente, y significa lo mismo que las palabras acaso, casualidad, contingencia y hado.

Filosóficamente aparece su sentido negativo, cuando se define como accidental lo que no es inherente a la sustancia o a la naturaleza de las cosas. Algo de lo que la antigua Escolástica entendía por causas secundarias opuestas a las primarias fundamentales, es lo que implica la idea de accidente. Y después, por extensión o amplificación de sentido, el accidente se estima como término opuesto a la idea de sustancia.

Pero ni el análisis más perspicuo en la especulación, ni las observaciones más delicadas de la experiencia, pueden señalar taxativamente línea divisoria entre lo esencial y lo accidental.

Perderíase el pensamiento y se diluyera la abstracción del filósofo en empeños utópicos como a su vez los métodos llamados empíricos (aun el de los residuos) se moverían en el vacío, si pretendieran caracterizar el accidente y lo accidental con alguna nota positiva, susceptible de alguna concreción real. Es que, aparte el sentido negativo, el accidente y lo accidental representan para el pensamiento del sujeto, algo que de momento le sorprende, que no concibe y explica dentro del cuadro o linderos de sus ideas sin que le sea lícito más que declarar el hecho de su pensamiento; porque otra vez lo tenido por accidental puede estar dotado de virtualidad, desconocida para el sujeto en aquel momento, suficiente para engranar dentro de la dialéctica real de los sucesos, de la cual debe ser un eco la ideal, según la cual concebimos temo sujetos nuestra propia realidad y con ella la que nos rodea.

Así parece indicarlo la teoría, más que hipótesis, hoy justificada, de la conservación de la energía, que con todos sus resabios empíricos, manifiesta un parentesco muy próximo con el antiguo aforismo: Mens agitat molem.

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Accidente en ciencias naturales y cronología

Cuando las ciencias naturales declaran actualmente que la casualidad y el accidente son, más que ideas positivas, palabras de sentido negativo, que sólo expresan nuestra ignorancia respecto a determinados fenómenos y leyes, afirman lo que aquí indicamos. Así dice Vacherot (Le Nouveau Spiritualisine): “La ciencia afirma constantemente que la casualidad es una palabra vacía de sentido, que el orden existe por todas partes en el cosmos; porque en todas se revela la ley.”

Igual significación tiene la palabra accidente en el orden cronológico, oponiéndose a lo constante y periódico o sea como negación parcial del orden y de la periodicidad. Y decimos negación parcial, porque ya se reconoce hoy unánimemente por testimonio irrecusable de la experiencia y por pruebas fehacientes de la especulación racional que “dentro del mismo desorden existe un cierto principio de orden” y además que en las desviaciones de la ley de la continuidad se encuentra un ritmo periódico, de que son ejemplo las intermitencias de algunas enfermedades y la periodicidad de determinadas perturbaciones (Natura non facit saltum).

En el orden real entendemos por accidente las causas extrañas que producen fortuitamente, por casualidad, sucesos que no se presumen, dada la naturaleza hasta entonces conocida del objeto. Pero del mismo modo que si un ignorante, que sólo conoce la apariencia exterior de la pólvora, sin saber nada de su fuerza explosiva, estimaría tal cualidad como fortuita y accidental, podemos nosotros, desconociendo determinadas cualidades o precedentes de fenómenos que se nos presentan por primera vez, considerar como accidental aquello que no lo es realmente.

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Sentido científico y filosófico del accidente

Así es que cuando Aristóteles define el accidente negación de la permanencia y del orden, ha de entenderse que es esta negación parcial y aun que subsiste como tal para el estado del conocimiento del sujeto. Supone este sentido de la palabra accidente, en lo que toca al orden ontológico o metafísico, un principio o pensamiento director, del cual es un eco el orden cósmico, que reconocen respectivamente las ciencias naturales todas en las esferas de la realidad que estudian.

No hay necesidad, como presume el Panteismo, de identificar el mundo con Dios para comprender el orden del cosmos. La unidad cósmica, expresión plástica de aquel principio de unidad que con carácter metafísico concibe el pensamiento, y que no explicaron satisfactoriamente ni Aristóteles ni Leibniz, no consiste en la unidad de sustancia de Espinosa, ni en la materia continua que suprime el vacío, ideada por Descartes, ni mucho menos en la unidad de los antiguos Eleatas, que hace desaparecer toda variedad, todo movimiento y toda vida: es la unidad final, teleológico, que sirve de fundamento y causa primera, merced a su inmanencia en el mundo, a todo cambio y movimiento, bajo el cual aparecen los fenómenos más extraños.

Ni hil mirari parece ser la ley de circunspección, que por igual se impone al científico y al pensador; la sublimidad de la paciencia resulta ser el requisito más indispensable para todo aquel que quiere manifestar sentido científico y espíritu filosófico en sus indagaciones; finalmente vivir y pensar sub specie teternilatís, como decía Espinosa, es la exigencia fundamental de todo pensador serio que, trabajando hondo y recio y tomando por lema la ley de su propia inteligencia: plus ultra, anhele sin impaciencias pueriles ni desmayos censurables disipar gradualmente las penumbras con que lo accidental sombras la luz de la verdad.

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El accidente en lógica

En suma, el accidente y lo accidental existen in mente, pero no in ré. Admitida esta existencia inteligible de lo accidental, se señala en Lógica los sofismas del accidente o per accidens (fallacia accideutis) y el opuesto pie consiste en inferir de lo relativo a lo absoluto (a dicto secundum quid ad dictara simpliciter). En el primero se concluye de lo esencial a lo accidental y en el segundo inversamente.

Cuando decimos: “el médico ha curado al enfermo, luego es un buen médico.” caemos en el sofisma a dicto secundum quid, porque puede el médico, sin ser bueno, haber curado al enfermo por casualidad. Incurriremos por el contrario en el sofisma per acciderts, si decimos: “este es un buen médico, luego curará al enfermo.” afirmación que no se puede tomar como absoluta, porque, aun siendo bueno, el médico es susceptible de equivocación o falta de acierto.

Whately (V. Logique) cita este otro ejemplo: “todo lo que se lleva al mercado se come, se lleva carne cruda, luego se come la carne cruda.” sofisma que consiste en concluir aplicando a un estado particular de la carne lo que no es verdad sino de la carne en general, sin distinguir si está cruda o cocida.

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