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ABAD

Del latín abbas abbatis, abad; del hebreo ab, padre.

Ab, aub y abbot son prefijos en anglo-sajón que significan abadía, como en Abton, Abington, Abbotsburg: abbe lo es en francés en Abbeville. Abad, en persa tiene otra acepción: significa, ciudad, residencia; Fyabad hermosa ciudad; Abbas, abad, habitación paterna.

El superior y primero entre los monjes. En general, el jefe de los monjes, que tiene autoridad para cuidar de la disciplina monástica y de las cosas temporales pertenecientes al monasterio, excepto en casos determinados.

* Diferentes aplicaciones del título de abad
* Títulos particulares de los abades
* La palabra abad en frases y refranes
* Origen de la jerarquía de abad
* Los abades en Inglaterra
* Clases de abades según el derecho canónico
* Abades regulares
* Abades seculares
* Elección de los abades
* Confirmación y bendición de los abades
* Atribuciones de los abades, derechos y obligaciones
* Duración del cargo de abad
* Abades comendatarios
* Origen del cargo de abad en España
* Abades mozárabes
* Los abades en concilios españoles
* Abades en concilios según la disciplina moderna
* Abades en cortes
* Abades de colegiata en España
* Abades vicarios parroquiales

Diferentes aplicaciones del título de abad

— El superior y cabeza de algunas iglesias colegiales, como la de Alcalá la Real, Lerma y otras. Y también los superiores de algunas iglesias en que sirven canónigos reglares, como las de San Isidro de León, Santa María de Arbas, Covadonga y otras.

— En algunas catedrales de España había dignidades con el título de abad, como en la de Toledo, el abad de Santa Leocadia; en la de Oviedo, el abad de Covadonga; en la de Cuenca, el abad de la Seu, etc.

— Los curas y beneficiados llaman así a la persona que eligen cada año, o cada tres, para superior del cuerpo o cabildo que constituyen todos juntos, como sucede en Madrid, Salamanca, y otros puntos; pero este abad solamente tiene jurisdicción económica y por lo que toca a los oficios divinos cuando el clero parroquial se reúne en cabildo.

— Antiguamente, sin distinción ni diferencia, se llamaba así al cura o párroco de alguna iglesia; pero, andando el tiempo, solamente ha quedado el uso de esta voz con este significado en Galicia, Asturias, Portugal, Navarra y Cataluña.

— Con este nombre llaman en algunas ciudades y villas de España al que es cabeza de alguna Hermandad y Cofradía, que en otras llaman prior. Vale lo mismo que superior y primero de los cofrades.

— El noble que posee legítimamente y por herencia alguna abadía con frutos secularizados, como sucede en Vizcaya y en otras partes de España. Vale lo mismo que señor de tal abadía y territorio, como lo es el abad de Vivanco, y otros de esta calidad.

— En Inglaterra se titula así el obispo cuya sede fue en otro tiempo abadía. También se nombra abad al jefe de ciertas mojigangas, como el abad de la locura.

— Título que se daba al caballero que era jefe de los cincuenta caballeros hijosdalgo que componían la guardia llamada del conde don Gómez.

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Títulos particulares de los abades

ABAD BENDITO. El que tiene y ejerce jurisdicción casi episcopal en su iglesia y territorio.

ABAD DEL ORATORIO. Título del archi-capellán de palacio en la corte de los antiguos reyes de Francia.

ABAD ECUMÉNICO. Título que se daba a algunos monjes griegos.

ABAD EXENTO. El que por privilegio era independiente del obispo, por lo cual la grey independiente se llamaba nullius diócesis. Estos prelados exentos de la autoridad episcopal no lo estaban de la del Papa.

ABAD MITRADO. El que usa y puede traer insignias episcopales.

ABAD VERE NULLIUS. V. Abad exento.

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La palabra abad en frases y refranes

CARA DE ABAD: Cara gruesa, colorada, rolliza.

MESA DE ABAD: Mesa abundante y suntuosa.

ABAD AVARIENTO, POR UN BODIGO PIERDE DIENTO: refrán que enseña que la avaricia es perjudicial aun al mismo avaro.

ABAD DE ZARZUELA, COMISTEIS LA OLLA, PEDÍS LA CAZUELA: quiere decir que no debe uno pedir lo superfluo teniendo lo necesario.

EL ABAD DE BAMBA, LO QUE NO PUEDE COMER, DALO POR SU ALMA: reprende a los que dan lo que para sí no pueden aprovechar.

EL ABAD, DE LO QUE CANTA, TANTA: manifiesta que cada cual tiene derecho a recibir el precio de su trabajo.

COMO LA MOZA DEL ABAD, QUE NO CUECE Y TIENE PAN: refrán con que se reprende a los que viven sin trabajar a costa de otros, como la criada del abad mantenida de las ofrendas, sin el trabajo de amasar y cocer el pan.

EN CASA DEL ABAD, COMER Y LLEVAR: refrán con que se manifiesta que en las casas opulentas no solo se halla el mantenimiento fácilmente, sino que, por falta de orden y economía, se saca mucho para otras.

COMO CANTA EL ABAD, RESPONDE EL SACRISTÁN: alude a que la conducta de los superiores suele ser seguida por los inferiores.

ABAD Y BALLESTERO, MAL PARA LOS MOROS: refrán con que se advierte (dice la Ac. Esp. en su último Diccionario) cuán peligroso es tener por enemigo a quien reúna en sí el poder de la autoridad espiritual y de la fuerza material. Pero la misma Academia en su primer Dic. de 1726 daba otra interpretación muy diferente diciendo: “Abad y ballestero, mal para los moros: refrán que da a entender, que si el abad, superior o párroco es belicoso y de genio terrible e inquieto, de ninguno más que de él se deben recelar los feligreses y súbditos, porque difícilmente pueden aguardar o esperar otra cosa que males; y así este adagio, como especie de imprecación, dice que el daño que resultare no caiga sobre ellos, sino sobre los moros o enemigos.”

SI BIEN CANTA EL ABAD, NO LE VA EN ZAGA EL MONACILLO: refrán con que se ponderan las habilidades de uno a quien se tiene en menos.

EL MAL PARA QUIEN LO FUERE A BUSCAR, Y PARA LA MANCEBA DEL ABAD: refrán con que se manifiesta que quien hace lo malo, experimenta las desventuras consiguientes a la infracción de la ley moral.

EL ABAD DE SAN ELPIDIO (de esperanza): dícese de quien no tiene ningún destino u ocupación y está siempre esperando colocarse en puesto encumbrado y lucrativo, a que nunca llega.

EL ABAD DE LOS ABADES. San Benito, fundador de la abadía de Monte-Cassino y por extensión, el abad de esta abadía. V. ABAD, Hist.

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Origen de la jerarquía de abad

Los abades, como superiores de los monasterios, no fueron conocidos como institución hasta el siglo iv de la Iglesia. En aquella época los monjes eran seglares consagrados a la oración y al trabajo manual, y, por tanto, al elegir abad que los gobernara, lo tomaban más bien de entre los legos que de entre los clérigos.

Eusebio, en su Historia Eclesiástica, no menciona a los monjes; pero, al hablar de las personas varones o hembras que hacían vida austera aspirando a la perfección, trata de Narciso, obispo de Jerusalem, que a fines del siglo ii se retiró al desierto y pasó algunos años entregado a la soledad y a la contemplación. Considerase a San Antonio (250-355) como al patriarca de los monjes. Por sus muchos y numerosos discípulos se sabe que los veinte años siguientes a su retiro del mundo hizo vida completamente solitaria, consagrado exclusivamente a su perfeccionamiento espiritual. Sólo las instancias de quienes deseaban ser instruidos por él le decidieron a salir de su retiro y a aceptar la dirección de los que le tomaran por maestro y guía de conducta. De esta sumisión arranca el principio de la santa obediencia.

“Si vosotros, hombres de endeble y enferma voluntad, queréis adquirir mi incontrastable fuerza espiritual, haced lo que me aconseja mi experiencia y no me preguntéis por qué.”

San Poemen, famoso abad egipcio del siglo iv, decía a sus discípulos: “Jamás queráis hacer vuestra voluntad; antes bien, solazaos en subyugarla y en hacer la de los mejores; que nada regocija más al enemigo que el espectáculo de quien oculta sus tentaciones a su director.”

Sedientos, pues, de perfección muchos desgraciados, y huyendo además de las persecuciones del Imperio, penetraron a fines del siglo iv en los desiertos que circundan el valle del Nilo para vivir allí en comunidad bajo la dirección de hombres acreditados en el vencimiento de las pasiones. A esta superioridad debieron su fama San Pacomio, San Hilarión, San Macario y tantos otros.

“Divinos coros, dice San Atanasio, resuenan en las montañas, tabernáculos de regocijo en las cosas que han de venir, donde todo es amor y armonía, de los unos para los otros, y todo trabajo es caridad, oración, ayuno, estudio y canto.” Tales fueron los efectos do las predicaciones del abad San Antón en los primitivos Padres del desierto.

Así, pues, los primeros abades, lo mismo que los monjes a quienes gobernaban, fueron seglares. Lo primero era el dominio de sí propio, —el monje: lo segundo el encargo de dirigir—, el abad. Por lo tanto, en las grandes colonias monásticas de Palestina y de Egipto existía sólo algún que otro sacerdote para la celebración de los divinos oficios. Pero pronto hubo de acrecentarse el número de monjes ordenados, porque los obispos tenían verdadera satisfacción en conferir las órdenes sagradas a varones de probada abnegación y que habían logrado extinguir en sí todos los apetitos desordenados del egoísmo. Luego hubo de exigirse la ordenación de los abades como regla general; pero, aun en el siglo ix, muchos abades eran simplemente diáconos, hasta que el concilio de Poitiers, en 1078, estableció que loa abades habían de recibir las órdenes sacerdotales, so pena de no poder ejercer el cargo o ser desposeídos de él.

Claro es que este carácter laical de los primitivos abades y anacoretas no tiene nada que ver con el de los magnates y ricos que, anclando los tiempos, fundaban Monasterios sólo para eximir sus tierras de tributos; por lo cual eran apodados con el nombre de pseudo-abades.

Los monjes originariamente elegían sus abades, en virtud del principio Fratres eligant sibi Abbatem. Los obispos intervenían a veces en estas elecciones, pero el derecho de los monjes estaba solemnemente reconocido.

Los príncipes y señores temporales asumieron con el tiempo el derecho de nombras abades y obispos para las sedes vacantes; pero la Iglesia logró al fin poner término a esta usurpación de las facultades eclesiásticas. En el concilio de Worms (1122), el papa Calixto logró la renuncia del derecho que se atribuían los emperadores de dar a los obispos y abades la investidura de sus derechos feudales por medio del báculo y el anillo.

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