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A

Primera letra y primera vocal del alfabeto español, de todos los de la Europa moderna y de los pueblos colonizados por ella en las demás partes del mundo.

En los alfabetos primitivos de donde proceden los nuestros (griego, fenicio, hebreo…), también esta letra, por motivos no bien explicados aún, se encuentra a la cabeza de todas las demás; pero indudablemente la transmisión histórica da la razón de ser ella actualmente la primera vocal de nuestros alfabetos.

Hay que estudiar la A desde tres puntos de vista muy diferentes: como sonido, como carácter escrito, y como signo intelectual. Un sordo no podría conocerla bajo el primer concepto, ni un ciego bajo el segundo, ni bajo el tercero un ser privado de la facultad de hablar.

* La A como sonido
* Altura del sonido de la A
* Timbre del sonido de la A
* Modificaciones en el sonido de la A
* La letra A en los diptongos
* Historia de la A como carácter escrito
* Antecedentes del símbolo de la A
* La A en diferentes idiomas
* Orígenes de la forma de la letra A
* La A como abreviatura
* La A como signo de orden y numeración
* La A como signo horológico
* La A como símbolo
* La A como verdadero nombre propio
* La A como signo gramatical de relación de dativo y acusativo
* La A como signo gramatical de relación de ablativo
* Sinónimos de la A como proposición
* Otros usos de la letra A

La A como sonido

Han sido necesarios todos los recursos de la ciencia moderna para descifrar satisfactoriamente un fenómeno de índole tan recóndita, aunque de ocurrencia tan frecuente desde los primeros instantes de la vida, como lo es el de la emisión de los sonidos vocales de la voz humana. Los gramáticos, antes, señalaban, todo lo más, condiciones externas del fenómeno, o bien daban por razón vaguedades inconsistentes, o hasta llegaban a emitir las más caprichosas opiniones. Así, por ejemplo, decían de la A que era la vocal de sonido más lleno, que se pronuncia abriendo la boca, estando la lengua, labios y dientes quedos, y dejando salir libre la respiración sonora. ¡Como si los dientes se movieran alguna vez para pronunciar los sonidos hablados, o la boca estuviese acaso cerrada para la emisión de las demás vocales! Covarrubias llegó hasta aseverar que en el momento de nacer, los varones dejaban oír el sonido de la A, porque es la inicial del nombre de Adam, y las hembras el sonido de la E, porque es la inicial del nombre de Eva; y Plis dio por cierto que, a la vista del Altísimo, en cuanto Adam habló, articuló el sonido de la A.

En los comienzos de la filología indo-germánica e indo-europea se consideró a la A como el sonido natural por excelencia; y ella, la I y la U fueron tenidas por las vocales primitivas del lenguaje, porque sólo ellas aparecían como vocales constituyentes, así en el sánscrito como en el gótico antiguo; de donde se dedujo que la primitiva lengua indo-germánica solo poseyó estas tres vocales; pero hoy está demostrado que esa lengua poseía la e y la o, además de la a, la i y la u; de modo que ya nadie llama a la A la vocal más natural, ni más noble y antigua.

Sólo desde que el insigne Helmholz dio a luz sus trabajos grandiosos, el sonido de la A, lo mismo que el de las demás vocales, encuentra explicación satisfactoria en la ciencia de la Acústica y entre los fenómenos del Timbre.

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Altura del sonido de la A

Un sonido es fuera de nosotros una serie de vibraciones, un tremor del cuerpo sonoro. Con los ojos vemos las pulsaciones de las cuerdas gruesas que vibran; con los dedos sentimos el tremor invisible de un vaso que suena. Las vibraciones externas causan en nosotros una sensación especial; modificación de nuestra sensibilidad, correlativa ciertamente con tales pulsaciones, pero de orden muy distinto que ellas, pues lo que en nosotros pasa no es lo que pasa en el exterior. Si los movimientos de vaivén se suceden en el exterior de un modo irregular, sentimos esa irregularidad y la llamamos ruido: si las vibraciones se suceden con gran rapidez y a intervalos iguales o isócronos, sentimos conjuntamente esa rapidez y ese isocronismo, y la sensación interna se llama entonces sonido. Para que haya sonido es necesario, no sólo que las vibraciones sean periódicas, sino que pasen del número de 20 o de 25 por segundo. La cuerda del do más bajo de nuestros pianos (que es todavía una octava inferior al do más bajo de la voz humana) da 33 vibraciones por segundo. Si diese 16 ½ como los tubos abiertos de 32 pies de algunos órganos, el oído percibiría la sucesión de los impulsos; y si percibiese la sucesión, no sentiría ya el sonido. El sonido empieza para nosotros cuando empieza nuestra imposibilidad, no digamos de contar, pero ni siquiera de sentir In sucesión. Sonido es, pues, un fenómeno íntimo de nuestro ser psíquico, producido en nosotros por rápidas, numerosas y periódicas pulsaciones o vibraciones de las partículas de un cuerpo, sacadas por un medio cualquiera de su posición normal de equilibrio. Para el caso especial de la A y de las demás vocales, las vibraciones proceden de las cuerdas sonoras de la laringe.

En llegando la multiplicidad de las pulsaciones periódicas de un cuerpo a cierto número, a 33 por ejemplo, nuestro oído pierde el poder de discernir las sucesiones, y hasta el de percibir que hay sucesión; pero entonces adquiere la maravillosa facultad de sentir las relaciones que tienen entre sí las diferentes magnitudes de la multiplicidad. Así, pues, si una cuerda da 33 vibraciones por segundo, y otra cuerda da 66 en el mismo tiempo, el oído siente que la segunda está una octava más alta que la otra: el oído, ciertamente, no sabe cuántas son las vibraciones de la primera cuerda, ni cuántas las de la segunda; pero, sea cual fuere la magnitud de sus respectivos números, nuestro admirable órgano auditivo siente que la segunda cuerda está una octava más alta que la primera; es decir, siente que el número de las vibraciones de la más alta es doble que el número de las vibraciones de la más baja. Así, de un modo análogo, ignorando nosotros el número absoluto de moléculas colocadas linealmente en la extensión de un milímetro de sustancia homogénea, percibimos su doble en la longitud de dos milímetros, el triple en la de tres, y así sucesivamente, midiendo siempre conjuntos y nunca contando los números absolutos de las partículas componentes. Cuando el número de las vibraciones es de 1 a 2, el oída ejercitado percibe lo que los músicos llaman una octava pura: por ejemplo, do, do’; perciben una quinta cuando la relación es de 2 a 3, do, sol (por ejemplo, si mientras una cuerda da 66 vibraciones, produce otra 99 por segundo, o bien la una 200 y 300 la otra, etc.); perciben una cuarta cuando la relación de los números de las vibraciones es de 3 a 4, do, fa (esto es, una cuerda produzca 300 vibraciones mientras otra 400)…; en fin, para nosotros los europeos es muy perceptible lo que todo el mundo conoce con el nombre de escala musical.

Tono es, pues, la percepción maravillosa de la relación entre las magnitudes de dos sonidos, aun en la ignorancia del número absoluto de las vibraciones que los producen.

Las cuerdas sonoras de la laringe pueden hacer que la A (lo mismo que las demás vocales) aparezcan en sonidos de mayor o menor número de vibraciones, pues que nuestro oído percibe las vocales unas veces en un tono y otras en otro.

De dos sonidos, al procedente de mayor número de vibraciones se le califica de más alto, y de más bajo al que procede de un número menor. Alto y bajo son, por tanto, palabras de pura relación. Si no hubiese más que un solo sonido en el mundo, ese sonido único no sería alto ni bajo, no habiendo ningún otro con qué compararlo o a qué referirlo.

La altura del sonido de la A no depende nunca más que del número de vibraciones del aire por segundo. Es indiferente, en general, que la altura de un sonido cualquiera resulte de las vibraciones de las lengüetas metálicas, de los labios del músico en los instrumentos de cobre, de las cuerdas del piano, o de las cuerdas vocales de la laringe humana. Cualquiera que sea el instrumento que lo produzca, un sonido es siempre de la misma altura, cuando resulta del mismo número de vibraciones por segundo de tiempo. Nuestros pianos se extienden 7 octavas en altura, y las notas de una octava no se diferencian de las de las otras más que en el número de sus respectivas vibraciones: el do más bajo produce 33 vibraciones; 66 el siguiente do; 132 el inmediato; el otro 264… y el último 4224 por segundo.

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Timbre del sonido de la A

Pero, si todos los cuerpos producen el mismo tono cuando dan el mismo numero de vibraciones por segundo, ¿cómo es que distinguimos la nota la de un violín, del la de una flauta; o la A pronunciada por una persona, de la A pronunciada por otra; bien la vocal A de las demás vocales cuando es cantada en la misma nota la? Por el timbre.

El timbre es la cualidad que distingue unos de otros los sonidos producidos por el mismo número de vibraciones en segundo. En el timbre reside la marca especial, el distintivo peculiarísimo, la fisonomía individual que diferencia los sonidos de la misma altura en la escala de los tonos. El timbre, pues, diferencia la vocal A de todas las demás vocales.

Pero, ¿en qué consiste el timbre? ¿Por qué la vocal A no es la vocal E, ni la I, ni la O, ni la U? Hasta Helmholz se había creído generalmente en la simplicidad del fenómeno de las vibraciones sonoras. Pero hoy ya no queda duda de que todos los sonidos musicales son compuestos; conjuntos de tonos, multiplicidad de tonos especiales, percibida, sin embargo, como simple por nuestro órgano auditivo. La A no es, pues, un solo tono, sino un conjunto de tonos especiales en que predomina uno en particular.

En general, cualquier sonido musical consta de un tono fundamental y de muchos otros tonos que lo acompañan (supertonos do los alemanes, Oberttöne; harmoniques de los franceses; armónicas o armónicos entre nosotros). Estos supertonos no son sonidos cualesquiera. Solamente se llaman armónicos de un tono cualquiera de n vibraciones por segundo, aquellos tonos más altos producidos por un número doble, triple, cuádruple, quíntuple… de vibraciones en el mismo tiempo que el tono fundamental. Si éste da n vibraciones, sus armónicas serán 2n, 3n, 4n, 5n, 6n… m n; (el producto de un número entero por el número de vibraciones del tono fundamental). Así, pues, cuando nos parece percibir un sonido solo, oímos en realidad toda una compañía: el tono fundamental, o sea el más simple que el cuerpo puede dar, es decir, el más bajo; y además su octava, y su duodécima, y su segunda octava, etc., en una palabra, toda una cohorte de sonidos. La experimentación científica demuestra que todos o la mayor parte de estos tonos suenan realmente y a la vez; pero sólo creemos oír el tono fundamental, porque ése es el que hiere nuestro oído con intensidad mayor.

La ciencia moderna, por medio le muy ingeniosos y sencillos aparatos, logra aislar los tonos y los supertonos de un conjunto; es decir, que obtiene tonos simples, sin acompañamiento de armónicas ningunas. No todas las armónicas (o supertonos) en los diferentes cuerpos tienen igual poder, y, por consiguiente, no se hacen sentir de igual manera en el oído; por lo cual, el órgano auditivo, que nota estas diferencias, distingue unos de otros los sonidos, como se distingue a las personas por su fisonomía especial, es decir, por la percepción de sus diferencias. Por otra parte, hay muchos cuerpos que producen, además del tono fundamental, supertonos no armónicos; esto es, supertonos que no son con toda exactitud un número doble, triple, cuádruple… del número de vibraciones constitutivas del tono fundamental. Las campanas, los discos metálicos, las vocales de la voz humana en las enfermedades accidentales de la garganta y en sus cronicismos, producen gran número de supertonos inarmónicos, que sirven también de distintivo desagradable a los cuerpos de donde proceden, como las excrecencias o cicatrices en los rostros. El oído, pues, percibe, no solamente los tonos fundamentales, que son los más bajos, sino también los conjuntos de supertonos armónicos o inarmónicos que los acompañan, y la percepción de esa reunión como conjunto constituye la individualidad el distintivo especialísimo de cada sonido de por sí.

Los supertonos más próximos al tono fundamental habían sido ya sentidos por algunos oídos privilegiados, hace mucho tiempo, y eran conocidos con los nombres de armónicas o tonos del arpa eolia (los alemanes solían denominarlos Vogeltöne o tonos de las aves); pero el conocimiento de estas armónicas no podía constituir ciencia ninguna; porque los físicos en general no los percibían, y, si las llegaban alguna vez a percibir, las consideraban como hechos independientes y sin conexión. Además, no tenían medios de aislar ni de recomponer los supertonos, sujetándolos a los procedimientos rigorosos de la análisis y la síntesis científicas.
El timbre es, pues, en los cuerpos la especialidad de su composición de tonos, dependiente de su número y de la fuerza o intensidad de cada uno; y en nosotros es la percepción de esa especialidad, que, con ser ya característica de cada cuerpo vibrante, resulta peculiarísima y sui generis al tratarse de la voz humana.

Las vocales se distinguen de la gran mayoría de los sonidos comunes en que, a causa de las posiciones de la boca, ciertos supertonos resultan considerablemente reforzados, quedando oscurecidos los demás. La mayor o menor tensión de las cuerdas vocales, el variable grueso de éstas y la fuerza de la emisión del aliento producen la altura en los sonidos vocales. Pero el timbre, el distintivo, la fisonomía de estos sonidos depende del refuerzo dado a ciertos supertonos por la masa del aire contenido dentro de la boca y por la forma especial que este órgano, tomando adecuadas posiciones, da al volumen aéreo. Porque es de saber que cada masa de aire contenida dentro de un recipiente de forma apropiada, no refuerza toda clase de sonidos, sino uno solo especialmente, con arreglo a la peculiaridad de la masa y de la forma. Cada vocal exige, pues, un tono propio y especial del aire contenido dentro de la boca. La mayor o menor cavidad de la boca no influye o casi no influye en la altura del tono especial que de la masa de aire requiere cada vocal, con tal de que la abertura de los labios sea menor o mayor de un modo correspondiente.

La magnitud de la abertura es, por tanto, cofactor del volumen del aire en el refuerzo del supertono que se quiere hacer resaltar. Así, la cavidad de la boca de los niños y de las mujeres refuerza en cada vocal el mismo supertono que la cavidad mucho mayor de la boca de los hombres. La pequeñez de la abertura de la boca compensa, pass, el efecto correspondiente a un volumen mayor del aire. Para la vocal A, el volumen del aire en la boca ha de dar como sonido especial y propio suyo el tono de si2 =990 vibraciones; para la O, el de si1 =495; para la vocal U el de fa =176; pero para las otras vocales se requieren dos tonos reforzadores; por lo cual la boca toma una forma como de redoma de cuello estrecho y alongado. Este constituye un reforzador de la armónica más alta de la vocal; y la parte más ancha un reforzador de las armónicas más bajas de la misma. Así, pues, si por medio de los aparatos de precisión que hoy utiliza la acústica, se analizan los supertonos de las vocales de la voz humana, inmediatamente se descubre que las armónicas de cada vocal son particularmente vigorosas y perceptibles.

La vocal A es, pues, el sonido cuya armónica en si b, está poderosamente reforzada por la masa y forma del aire contenido dentro de la boca en una posición adecuada de la misma y de los labios, y aprendida experimentalmente por todos nosotros desde los primeros días de la infancia.

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Modificaciones en el sonido de la A

El sonido vocal de la A es susceptible de modificaciones varias.

En primer lugar, por la intervención de las consonantes: es decir, por los ruidos y sonidos no musicales llamados articulaciones, que, para los fines del lenguaje, forman la boca, la lengua, los dientes y los labios, a veces con intervención de la nariz.

En segundo lugar, por la duración del sonido vocal; que, naturalmente, se prolonga tanto más en cada sílaba cuanto mayor es el número de sus articulaciones: o-í-A, hu-í-A, sA-le, sAs-tre, trAn-ce, trAns-por-tar. Es claro que se invierte más tiempo en decir trAns que en pronunciar A.

En tercer lugar, por la mayor fuerza, llamada acento, con que se pronuncia una de las silabee de cada palabra.

cÁntara, cantÁra., cantarÁ,
cÁscara, cascÁra, cascarÁ.
mÁscara, mascÁra, mascarÁ.

Las Aes de esos nueve vocablos sólo se diferencian en la fuerza acentual, según que son esdrújulos, o llanos, o tienen el acento en la última sílaba.

En cuarto lugar, por el accidente de la intonación: cuando inquirimos algo, pronunciarnos ciertas sílabas en un tono más alto que cuando respondemos, especialmente la última sílaba de la frase. Esta intonación es lo que diferencia frases que, si no, serían enteramente idénticas.

¿LlAmA? – LlAmA.
¿Tiene la MÁscArA? – Tiene la MÁscArA.

En estos ejemplos las preguntas y las respuestas están expresadas por las mismas letras; pero en las respuestas tienen claramente las Aes finales una intonación más baja que, las correspondientes de sus preguntas. ¿En qué, sino en la intonación, conocemos que en un caso se pregunta y en otro se responde? Lo análogo pasa en los paréntesis, las expresiones de mando, de ruego, etc.

Las palabras pueden pronunciarse más de prisa o mas despacio; y, por tanto, no es obligatoria la duración-media de cada sílaba: la intonación de cada vocal cambia con el carácter de la frase (afirmativo, interrogativo, admirativo, dubitativo, parentético, vehemente, sosegado, etc.); pero lo que no puede cambiar en ellas es el lugar del acento, porque entonces los vocablos significarían otra cosa (como si en vez de mÁscara se dijese mascÁra); o no significarían nada absolutamente (como si en vez de gala se dijese galá).

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