Aumento y poder amplificador del anteojo astronómico

Se determina dividiendo la distancia focal del objetivo por la de la lente de ojo; si se desea una gran exactitud puede hacerse uso del método siguiente que por ser más sencillo y práctico es el adoptado generalmente.

Dirijase el anteojo durante el día a un objeto distante y enfóquese con la mayor escrupulosidad posible; si entonces retira el observador el ojo hasta colocarlo a la distancia de la visión distinta, notará una mancha de luz en el mismo centro del ocular, que no es otra cosa sino la imagen del objetivo, y la relación del diámetro del mismo con el de su imagen representa el aumento o amplificación.

Si por lo tanto el primero se divide por el segundo, el cociente será la cantidad buscada; así pues, si el objetivo tuviera cuatro pulgadas y su imagen en el ocular medida con un calibrador y a la distancia indicada, ocupase dos y media divisiones de céntimos de pulgada, esto es, 0,025 de pulgada, se tendría

4/0,025 = 4.000/25 = 160

Que es el aumento o potencia amplificadora que se busca.

Hay que advertir que cada ocular debe enfocarse antes de efectuar las medidas o de otro modo sería errónea la deducción final que pudiera hacerse, ajuste que en un anteojo astronómico es el foco principal del objetivo y debe por lo tanto determinarse con una estrella o un planeta.

Si la operación se ejecuta de noche, puede marcarse en el tubo el lugar que ocupa cada ocular y luego de día, medir el tamaño de las imágenes.

Puede obtenerse una idea bastante aproximada del poder amplificador de un anteojo, apuntando con él, por ejemplo a la Luna, teniendo abiertos ambos ojos, cosa que parece difícil al principio, pero que se consigue tras muy pocos esfuerzos; uno aplicado al instrumento y otro dirigido al astro y con un ligero movimiento de vaivén, es posible ver a un mismo tiempo la imagen natural y la aumentada por el anteojo y comparando sus respectivos tamaños, se juzga de la amplificación, si ésta no excede, sin embargo, de 20 a 30 diámetros; este fue el método que empleó Galileo para determinar el aumento de sus anteojos.

El buen uso de los oculares de mayor o menor fuerza no depende sólo de la bondad óptica del objetivo, sino principalmente del estado de la atmósfera, de su transparencia y tranquilidad y de las condiciones del objeto que se observe; como regla general puede decirse que los más convenientes son los oculares de poca y de moderada fuerza y que los poderosos sólo se emplean en determinadas y rarísimas circunstancias.

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