Arquitectura románica

El prolongado ensayo del estilo latino para crear un género de Arquitectura original, asentado en principios racionales e independientes de antiguas tradiciones no obtuvo su resultado definitivo hasta el tiempo en que Carlomagno dejó la Europa occidental organizada sobre nuevas bases.

El Norte de Italia, donde ya se habían aligerado los muros con arcos de ladrillo resaltados sobre sus paramentos, vio las primeras tentativas para cubrir con bóvedas en cañón las naves de las iglesias, y seguido el sistema con tanta lógica como perseverancia, vino al fin a quedar constituido un estilo de Arquitectura que dominó en todo el Occidente con gran esplendor en los siglos xi y xii, y en España hasta mediados del xiii.

Designada en Italia con el nombre de lombarda, en Francia con el de normanda, y en España con el de asturiana o gallega, por las provincias de donde se ha creído propia, llamóse también, por las dinastías a las cuales se ha atribuido su principio, sajona en Inglaterra, carolingia (o carlovingia) en Francia, en Alemania teutónica, y gótica antigua por algunos escritores en España.

Hoy solemos llamarla románica, como derivada inmediata de la latina y por analogía con el nombre de romances que tienen las lenguas formadas en la misma época por la transformación del idioma del Lacio.

La bóveda entra en esta Arquitectura como elemento dominante de la construcción, y a él se subordina la disposición de los demás. Empleóse primero en las naves bajas o laterales en forma de un cañón seguido de hormigón o piedra menuda, dejando la central cubierta con armadura; pero pronto se echaron cuatro arcos aparejados con dovelas de uno a otro apoyo, y sobre ellos se colocó una bóveda por arista o en forma de casquete esférico, dando así el paso primero y decisivo en la nueva Arquitectura, que consistió en hacer resaltar las partes principales de la obra, distinguiéndolas del relleno, y guardando su importancia relativa.

Después se hicieron también de dovelas los arcos cruceros, rellenando con hormigón o con sillarejo los tímpanos de la bóveda y por fin se cubrió con cañón seguido y fajones o arcos resaltados la nave central. Tanto los arcos de las bóvedas como las arcadas de las naves estaban compuestos de dovelas de sección rectangular, y reforzados generalmente con una segunda fila de dovelas igualmente rectangulares más delgadas.

En la masa de los apoyos se efectuó una notable transformación, marcando distintamente las partes correspondientes a las que componían la bóveda. Cada machón, de forma rectangular, tenía resaltadas sobre sus caras columnas que sostenían directamente los arcos formeros y perpiaños, subiendo la correspondiente a la nave central hasta el arranque del fajón o hasta la cornisa que servía de solera a la armadura; y más adelante se colocaron otras columnas delgadas en los ángulos para los cruceros. En los muros de recinto se señaló por dentro la columna propia del arco perpiaño, y por fuera se sacó un contrafuerte rectangular para oponerse a su empuje, enlazando a veces unos con otros por medio de arcaturas, que forman vistosa y característica decoración de los edificios del siglo sur.

En esta época, las grandes catedrales románicas exigieron más fuerte contrarresto para el empuje de la nave central, y de ahí nació el empleo de arbotantes en sus diversas y siempre sencillas formas, utilizando primero las bóvedas en cuadrante de las galenas altas, y manifestando después en lo exterior, con soltura y gallardía, los medios arcos colocados en los puntos de concurso de los esfuerzos.

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