Arquitectura ojival

La general renovación de la Filosofía y de las Letras, simbolizada en la xiii centuria por Santo Tomás de Aquino y el Dante, fue acompañada por una extraordinaria transformación en el arte arquitectónico, que desenvolviendo lógicamente sus elementos, dio vida al género brillante, objeto de este artículo, y última evolución espontánea de la Arquitectura cristiana.

El arte románico había abandonado ya, a mediados del siglo xii, las antiguas formas macizas y rudas para tomar elevadas y airosas proporciones en arcos, capiteles y columnas; la bóveda por arista cubría las naves bajas de las iglesias; el arbotante oponía su empuje a las are la nave central, y ya se trataba de reducir su cañón seguido a simples témpanos sobre cruceros, haciéndoles abrazar en ella, de dos en dos, los arcos formeros.

Pero esta disposición obligaba a iluminar el templo por debajo del arranque de la bóveda alta y por encima del tejado de las laterales, lo cual para no llegar a exageradas elevaciones, obligó a levantar la clave de los arcos formeros, siendo así forzosa la aplicación de la ojiva o arco apuntado, como no se quisiera salir de las combinaciones de arcos de círculo.

También se levantó la clave de los arcos perpiaños o fajones con objeto de que no resultaran rebajados y con gran empuje los cruceros, de donde provino al fin el uso general de la ojiva como elemento fundamental, y su aplicación a los mismos cruceros, a puertas, ventanas, arcadas, arbotantes y decoraciones.

Continuó en el estilo ojival el espíritu de análisis que había hecho progresar al románico, y al paso que adoptaba la bóveda de crucería para cubrir los vanos, concentrando los empujes en las claves de los multiplicados arbotantes, aligeraba los muros, rasgando grandes ventanas entre los sobrecargados botareles, chaflanaba los pilares para disminuir su masa, amenguándola más aun a la vista, y subdividía las columnas a ellos arrimadas hasta reducirlas a tenues junquillos.

Severa en un principio, la Arquitectura ojival empleó los arcos muy apuntados, con los centros fuera del vano, por lo cual se ha denominado lanceolada en este primer período, correspondiente al siglo xiii. Dejó ya desde entonces de ser rectilíneo el intradós de los arcos, compuesto casi siempre de tres robustas molduras, con la del centro sólo abocelada o sea en forma de corazón para disimular los espesores; colocando en el pilar para cada moldura una columna distinta, con su capitel adornado con hojas de acentuado perfil, copiadas de la flora indígena. El ajimez, simple o múltiple, fue el tipo seguido para las grandes ventanas, llenando el hueco entre las ojivas interiores y la exterior con calados rosetones de la misma especie que los destinados a dar luz por los imafrontes, encima da las portadas. En éstas se apoderó la imaginería de su prolongado derrame para alojar severas y colosales figuras de Apóstoles en el sitio de las columnas, colocando la de la Virgen María en al pilar divisorio de la puerta rectangular, como puede verse en la fachada de la catedral de Tarragona, uno de los primeros ensayos del arte ojival en España.

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