Arquitectura megalítica, prehistórica o ciclópea

En la época neolítica, cuando un pueblo que usaba armas e instrumentos de piedra pulimentada invadió la Europa, o comunicó nueva civilización a sus habitadores, se erigieron monumentos singulares, compuestos de grandes peñascos sin labrar, acompañados a veces de túmulos de tierra o piedras, que probablemente se levantaban ya antes en la época paleolítica o de las armas de piedra no pulimentada.

No es sólo en Europa donde tales monumentos se encuentran, sino también en Asia Menor, en la India y en África, de modo que es difícil creer que sean propios de un pueblo o raza especial, sino que corresponden en todas partes a una época anterior a la historia escrita, cuando no se labraba la piedra por falta de herramientas; pudiendo llamarse este estilo, por tal motivo, Arquitectura prehistórica.

Los monumentos de este género empezaron a llamar la atención por su abundancia en la Bretaña francesa, así como en Escocia, por lo cual, atribuidos sin más examen a los celtas, cuya lengua se habla todavía en esos países, se denominaron célticos y se les impuso la nomenclatura usada en aquellas comarcas. Así se ha llamado dolmen, lichaven, menhir, peulvan, cromlech a diversas combinaciones de piedras.

Sin nombre especial se ven grandes hileras de piedras colocadas de pie en muchas filas, y otras veces se forman caminos cubiertos de dos tres metros de altura con dos filas de piedras verticales juntas que sostienen una hilada de losas horizontales sin desbastar. Grandes piedras redondeadas oscilantes sobre otra o sobre el suelo se consideran igualmente como producto de la industria humana, aun cuando la naturaleza pueda tener más parte en ellas.

Finalmente, los túmulos de tierra o piedras que cubren a veces estos monumentos dan a entender que fueron sepulcros de antiguos caudillos, y merecen fijar la atención como tipo originario de varias formas arquitectónicas posteriores.

En España se encuentran muchos y variados monumentos megalíticos, especialmente en Galicia, donde los ha estudiado el Sr. Villamil y Castro, y en Andalucía, donde los ha descrito el Sr. Góngora y Martínez; siendo de notar sobre todos la famosa Cueva de menga en Antequera, dolmen colosal cubierto por un túmulo de tierra.

En tiempos cuya antigüedad no puede fijar con datos seguros la arqueología, se levantaron recintos fortificados en defensa de varias poblaciones de la Europa meridional, cuyos muros estaban formados con enormes piedras sin labrar, sentadas con gran tino unas sobre otras y sin interposición de argamasa alguna. Las murallas de Tirintia en el Peloponeso y las de Ibros en Andalucía dan magníficos ejemplos de este sistema atribuido a los pelasgos como antecesores de los helenos, pero sin fundamento suficiente. Las puertas suelen ser bajas, estrechas, en forma de trapecio, y compuestas de un dintel con dos jambas.

A otras construcciones de la Grecia y de la Italia antiguas se da igual atribución por el tamaño de las piezas del aparejo; pero por su disposición se acercan más a los estilos clásicos, pues tienen las uniones labradas, ya en forma poligonal, ya en hiladas horizontales con juntas oblicuas o verticales. Las puertas indican también más ingenio, pues están trazadas en arcos de medio punto o apuntados, pero aparejados por hiladas y no por dovelas. A este estilo intermedio pertenecen los tesoros, bóvedas subterráneas, construidas asimismo por hiladas y con varias dependencias: en el llamado de Atreo, en Micenas, se han encontrado ricos y notables enterramientos.

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