Arados antiguos

La invención de los instrumentos agrícolas ha debido marchar en sus manifestaciones a compás del desarrollo de la agricultura; por consiguiente debió ser en Egipto donde primeramente se imaginara.

El instrumento más primitivo para labrar el suelo parece haber sido el pico y sus modificaciones sucesivas dieron origen al arado. Osiris, primer maestro de agricultura de los egipcios, se representa con un arado en cada mano y una graba colgada de una cuerda del hombro izquierdo.

Los pelasgos o griegos aborígenes civilizados por las colonias egipcias recibieron de éstas el conocimiento del arado, instrumento que menciona Hesiodo en su poema: Los trabajos y los días. Este arado se componía de tres partes: la reja que se construía de madera de encina, y el timón y la esteva que eran de álamo o de laurel.

En Fenicia y Cartago experimentó el arado algunos perfeccionamientos y en Roma se le ve ocupar un lugar preferente entre los instrumentos agrícolas. Catón describe dos clases de arado, uno para las tierras ligeras y otro para las fuertes; Verrón menciona otro con dos orejeras; Virgilio describe otro de una vertedera, empleado para enterrar la semilla y para abonar; Plinio habla de otros de orejera y de cuchilla, y los había también con ruedas, imaginados según parece en la Galia Cisalpina.

El arado común romano es el que más se ha extendido por el mediodía de Europa y el que, con ligeras modificaciones, ha subsistido hasta los tiempos modernos en la mayor parte de las comarcas que formaron parte del imperio.

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