Antecedentes del símbolo de la A

Pero, admitiendo que todos estos trazos procedan de un signo primitivo, ¿cuál fue éste? y ¿por qué los trazos tuvieron cierta forma y no otra cualquiera?

Al lenguaje hablado, que toma el órgano del oído por conducto de comunicación cecial, sirvo de gran auxilio ese otro lenguaje natural que se dirige especialmente a los ojos por medio de los gestos y de las actitudes. Sin duda el sonido, siempre a nuestra disposición, lo mismo de día que de noche, es el medio más inmediato y más rápido para la comunicación social de los seres humanos; pero la palabra es fugitiva y nada propia para la representación gráfica de las formas de un objeto o individuo en particular. Aun hoy mismo, disponiendo, como disponemos, de lenguas muy evolucionadas, necesitamos dirigirnos a los ojos para demostrar un teorema, indicar los órganos de una máquina, señalar en un plano la posición relativa de los pueblos de mi país, etc. Las figuras pintadas, por imperfectas que sean (como lo serian en las primeras edades, de la humanidad), son siempre muy inteligibles aun para los ojos menos educados; y nada más fácil, dada nuestra facultad de asociar ideas, que recordar un suceso, pintando el objeto o el animal más importante que tuvo parte en la acción. Representar acciones visibles y objetos visibles con perfiles groseros sobre arena, barro, pizarras, y, con el tiempo, sobre pieles, telas, piedras y metales, no debió ser tarea inaccesible a los hombres primitivos. Pero, a fin de ahorrar trabajo, pronto los objetos visibles no se pintarían completos. Para dar idea de un toro entero, nada más expeditivo que pintar solamente la cabeza, y, después que la pintura algo detallada de la cabeza significara generalmente el animal, la rapidez haría que bastare, únicamente con indicar los rasgos características: los cuernos, las orejas, los ojos y el hocico; y, al fin, menos aún, llegándose así a un mero símbolo, tal como la A de los fenicios antes indicada, de la cual, por degradaciones insensibles, se descendería a los caracteres alfabéticos ya consignados, los cuales al cabo se petrificarían en sus formas actuales, no bien los trazos perdieran su significación pictórica o iconográfica, para retener sólo una significación fonética. Dos palabras sobre esto.

Los jeroglíficos egipcios evidencian que primeramente fueron emblemas pictóricos; sin embargo de lo cual no cabe duda de que, por su combinación, constituyeron con el tiempo y hasta cierto punto un lenguaje escrito, en que llegaron a representar sonidos articulados; por lo menos los de la letra inicial (o tal vez de la sílaba primera) de un vocablo. La primera letra del alfabeto hebreo se llama alef, y Aleph significaba buey. En Siria, además de esta acepción, adquirió la de elefante, y de esta extensión del nombre hebreo (o de idioma anterior) parecen directamente proceder, perdida ya la significación primitiva, los términos elephas del griego y del latín, elephant del inglés, elefante del español, etc. No es, pues, difícil concebir como el signo que comenzó simbolizando un objeto material, llegase en la serie de los siglos a significar únicamente el primer sonido A, del nombre del objeto: Aleph.

Verdaderamente, si estas indicaciones no se apoyasen más que en las conjeturas sugeridas por el nombre alef y por los signos fenicios, indudablemente que a tales sugestiones no cabría atribuir mucho peso científico; pero iguales analogías presentan otras letras y otros sonidos; con lo que el conjunto adquiere ya un peso razonable de probabilidad científica.

En todos los alfabetos antiguos precedentemente citados, ocupa la A el primer puesto: se exceptúa el alfabeto etíope o abisinio, en el cual se la encuentra al sitio 13. En hebreo se la llama aleph, en griego alfa (alpha), y en las demás lenguas es designada con nombres semejantes: alph en etíope, Aar en rúnico, Az en servio, etc.

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