Alumbrado artificial por combustión

Cuando ciertos cuerpos se calientan a una temperatura muy elevada, emiten luz, es decir, se hacen incandescentes. Hacia los 500° de temperatura, dicha luz es todavía débil y de color rojo sombra; pero a medida que la temperatura aumenta, la intensidad de la luz crece y aumenta en rayos más refrangibles, esto es, se hace más blanca.

La luz emitida por un cuerpo sólido incandescente sometido a la temperatura de 1.200°, es 50.000 veces más intensa que cuando está a 600°. Se comprende entonces que los metales cuya temperatura de fusión sea más elevada, sean los que puedan dar más luz por incandescencia; muchas materias refractarias, como la cal y la magnesia, gozan de esta misma propiedad y aun aventajan, a los metales más infusibles.

Hay también cuerpos combustibles que pueden ofrecer el mismo caso, y a la cabeza de todos se encuentra el carbono que llega a adquirir una temperatura enorme antes de su combustión completa, y por lo tanto luz emitir mucha luz por incandescencia.

La luz de las llamas, tan utilizadas para el alumbrado, es producida por la incandescencia de las partículas de carbono que llevan interpuestas, de tal modo que una llama es tanto más intensa cuanto más rica sea en partículas sólidas incandescentes.

La llama del hidrógeno puro es muy caliente, pero apenas es perceptible, por la poca luz que emite, a causa de no contener más que gas hidrógeno y vapor de agua.

Resulta, pues, que la luz necesaria para el alumbrado artificial ordinario, se realiza por la incandescencia con combustión de las materias empleadas; y éstas pueden ser sólidas, líquidas y gaseosas.

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