Refiriéndose a la guerra, vale lo mismo que sostenerla, fomentarla.
Usase la frase alimentar la guerra con la guerra para expresar el principio sostenido en lo antiguo por César, en los promedios del siglo XVIII por el célebre escritor militar Guibert, y más recientemente por Napoleón, de que la guerra no debe costar dinero al que la hace ofensivamente, viviendo el ejército sobre el país que invade y domina por la fuerza de las armas.
Pudo aplicarse este principio en determinadas circunstancias, operando en comarcas abundantes, y cuando los ejércitos no eran sobrado numerosos; y así los ejércitos franceses de la República y del primer imperio, al igual que los de César en más remota época, se mantuvieron con los medios que el país invadido proporcionaba en el fertilísimo valle del Po, en las márgenes abundosas del Danubio y del Elba, y en la zona rica y feraz que bañan el Rhin y sus afluentes; pero si bien estos procedimientos pudieron aplicarse en tiempos recientes por el talento organizador de Bonaparte, secundado por la cuidadosa diligencia y actividad infatigable del intendente
Pero, no es posible adaptar semejante sistema para todos los tiempos y todas las comarcas, cuando la existencia del ejército a este único medio de subsistir. Si por unas u otras razones no se hallan en un país los elementos indispensables para vituallar las tropas que lo ocupan, el sistema de alimentar la guerra con la guerra conduce al vandalismo, porque el soldado mal atendido fácilmente va al merodeo y a la rapiña, desbandándose y rompiendo la disciplina.
“Nada hay más a propósito que el pillaje para desorganizar un ejército y perderlo completamente”, dijo Napoleón I, y a tales extremos puede conducir la aplicación sistemática del principio que examinamos.
La devastación del país hecha por los rusos en la campaña famosa de 1812, al tiempo que su ejército se replegaba, produjo el inmenso desastre que allí experimentaron las armas francesas; faltaron las subsistencias y cuanto para la vida era, menester, y fueron desapareciendo aquellas formidables masas, que acabó de aniquilar un clima inclemente, salvándose sólo míseros restos del gran ejército que atravesara lleno de alientos y de esperanzas las orillas del Nieinen.
En las guerras de nuestra Península en los comienzos del siglo actual, fracasaron también los planes de los mas expertos generales franceses, por el empeño de alimentar la guerra con la guerra, y así cuando el hábil y bien reputado Masena se vio detenido ante las famosas líneas de Torres Yedras, que la industria del hombre y la tenacidad del duque de Wellington hicieron formidables, de nada sirvieron los esfuerzos y le destreza del caudillo francés, porque contra el hambre son impotentes los más briosos alientos y los cálculos mejor concebidos: asolado al fin el país, perdida la esperanza y abatida la moral de las tropas, tuvo el ejército invasor que levantar su campo después de grandes penalidades y sufrimientos, pudiendo en su retirada alcanzar la frontera sin grave quebranto, merced a las cualidades y energía que distinguían a las fuerzas imperiales.
Y pocos años antes a punto estuvo de abortar la empresa dirigida por Junot al través del territorio lusitano: para cumplir el rotundo mandato del Emperador “que no consentía retardase un solo momento el avance del ejército la cuestión de subsistencias, porque 20.000 hombres pueden vivir en cualquier parte hasta en el desierto”, penetró el general francés por el camino que más directamente conduce a Lisboa; y aunque las jornadas fueron pocas y no había enemigos que combatir, sólo llegó Junot a la capital de la monarquía portuguesa con 1.500 soldados hambrientos y astrosos que apenas conservaban fuerzas vitales para seguir las banderas de sus mermados batallones.
En la época presente, en que los ejércitos alcanzan efectivos numerosos, antes desconocidos, preciso es que conduzcan consigo todo género de subsistencias, bien que de esta suerte se dificulten y embaracen los movimientos de más tropas, utilizando solamente en determinadas circunstancias y con ciertas restricciones, los arbitrios y medios que el país puede proporcionar, siempre con exquisito tacto y sin rebasar racionales límites.
Otro modo de proceder puede llevar a la asolación de la comarca, y al levantamiento en masa de las poblaciones maltratadas, si las tropas no observan una perfecta disciplina, y se las deja abandonadas a si mismas para la aplicación de un principio, que siendo justo en el fondo, se va modificando con los progresos de la moderna civilización, a fin de disminuir en lo posible los estragos de la guerra y librar de excesos, siempre lamentables, a las poblaciones indefensas. En táctica se dice también alimentar el fuego por nutrirlo, y alimentar la defensa en concepto de prolongarla.
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