Agonía y conflicto

De esta patente verdad se desprende, que si bien toda agonía es conflicto, en cambio no todo conflicto es agonía; pues sólo donde quiera que hay sujeto fisiológico constituye agonía, combate, cualquier conflicto, razón por la cual antes se dijo que “o no hay combates en el mundo o la agonía lo es en el sentido recto y adecuado del vocablo”.

Mas entonces —se replicará, y con razón—, agonías serán todos los padecimientos o conflictos físicos y morales.

Y ¿quién lo duda? ¿Quién no ve que eso son, y quién ignora que así se llaman?

En el tratado de Sympt. causs. de Galeno (L. II, cap. 5, al final), ya se denomina agonía la afección moral compuesta de ira y temor: “aquélla, — dice el último de los clásicos antiguos y primero de los modernos, — aquélla, la ira, impele hacia el exterior la sangre y el espíritu, encendiendo y animando el organismo: éste, el temor, reduce y concentra ambos principios de vida al interior, enfriando y contrayendo las carnes”.

Van Helmont, fijando más, y aun ampliando la acepción del vocablo en su Tract. de ideis morbos., número 9, declara que: “es agonía, no tan sólo el combate o conflicto entre la ira y el temor, sino también el conflicto entre el temor y la esperanza, la ira y la necesidad del disimulo, la esperanza y la ira, el odio y el miedo, la esperanza y la tristeza, etc.; en suma, que agonía significa in genere la lucha entre diversos y encontrados afectos”.

Y como quiera que no hay pasión moral que se realice por sí sola, sino mediante perturbación morbosa, primitiva o consecutiva de aquellos órganos destinados a hacerla efectiva, claro es que a la denominación explícita de agonía concedida a la primera, corresponde el implícito reconocimiento de que la segunda, la enfermedad física, constituye estado agonístico o de combate.

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