Acueductos de abastecimiento de agua en Madrid

Antes de la construcción del canal del Lozoya de Isabel II, la dotación de agua potable de Madrid, sin contar la que servía exclusivamente para riegos y ganados, procedía de cuatro manantiales subterráneos principales llamados viajes, y otros seis menos importantes: Abroiligal bajo, Abroñigal alto, Alcubilla, Castellana, Amaniel, Pajaritos, San Dámaso, Caño gordo, Once caños y Berro.

Completando 2313 metros cúbicos por día. Estos datos se refieren al ano 1847, en que es calculaba la población de Madrid en 202.000 almas, de modo que correspondían poco más de once litros por habitante y por día, y en la estación calurosa no se llegaba ni a 6 litros. Tal penuria producía en casi todos los veranos serios conflictos, y no pudiendo ya esperar la conclusión del canal, el Ayuntamiento determinó traer el viaje de la Fuente de la Reina, distante poco más de seis kilómetros, con lo cual aumentó 1.600 metros cúbicos diarios, que era casi duplicar la cantidad de agua ordinaria y triplicar la del estío. El agua se llevó al pie de la Montaña del Príncipe Pío en 1853 y se elevó con bombas de vapor hasta la plaza de San Gil y otros plintos en 1855. Empezó las obras el arquitecto señor Aguado y las terminó el ingeniero D. Rafael López.

Este deplorable estado varió con la venida de un río enorme dentro de las tapias de la villa, y el Sr. Morer en el anteproyecto de distribución fijó las cantidades siguientes por habitante, suponiendo al vecindario de 250.000 almas:

1° Necesidades particulares. 50 litros
2° Necesidades públicas
Riego de la vía pública. 10 litros
Fuentes monumentales. 20 litros
Limpia de alcantarilla. 4 litros
Extinción de incendios y consumos extraordinarios e imprevistos. 6 litros

Total por habitante. 90 litros, o sean 22.500 metros cúbicos por día.

La red de distribución, calculada para gastar un metro cúbico por segundo, consiste en una doble cañería desde los depósitos a la Puerta de Bilbao, y allí se divide en tres; la central, que es la más importante, marcha por las calles de Fuencarral, Montera y Carretas; la del Oeste, por las de San Bernardo, los Angeles, las Fuentes, Plaza Mayor, y parte de la calle de Toledo; y la del Este cruza las calles de la Florida, Barquillo, Turco y León. Estas cañerías se comunican entre sí formando una red de tubos en que el agua marcha, puede decirse, en todas direcciones.
Las cañerías de primer orden están en galerías nuevamente construidas con espacio suficiente para la vigilancia y renovación de los tubos que se inutilicen. Las restantes van enterradas a una profundidad mínima de 1 a 1,5 metros para evitar los efectos de la trepidación del suelo producido por las grandes variaciones atmosféricas. Las alcantarillas están a un nivel más bajo que estas galerías.

El conjunto de todas las obras descritas, así de conducción y embalse como de distribución, ha costado más de 40 millones de pesetas, y Madrid disfruta de agua abundante y de tan buena calidad, que no marca más que 3° en el hidrosímetro, mientras, que las antiguas no bajaban de 11° y llegaban hasta 26°.

Sin embargo de esto, el espíritu de rutina y cierto instinto contrario a toda cosa nueva, hace que gran número de personas, no todas vulgares, prefieran todavía las aguas gordas de los viajes a la hermosa y saludable del Lozoya, habiendo hasta profesores de medicina, que con sofísticos razonamientos no fundados en experimento alguno, preconizan las ventajas de las aguas cargadas de sales. El tiempo se encargará de disipar estas preocupaciones, sobre todo cuando se consiga no permitir en absoluto la entrada de las aguas turbias en las cañerías.

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