Acepciones del alma en tiempos de Aristóteles

La palabra alma fue concebida desde los primeros tiempos, por lo que resulta de las indicaciones que se desprenden de su etimología, como un soplo o aire sutil que penetra en el cuerpo. Diversas explicaciones se hicieron acerca de la naturaleza del alma, siendo para unos vapor acuoso, para otros fuego, para algunos éter, etc.

Si se prescinde de toda la filosofía oriental, que en su ontologismo mítico y con su teoría de la emanación, no se preocupó de la naturaleza del alma, considerándola siempre como partícula emanada de la sustancia divina, habremos de comenzar esta historia de la idea del alma por la filosofía aristotélica, porque Aristóteles es el primero que estudia y examina, en su Tratado del alma, las opiniones de los filósofos anteriores y aquél que, como dice su ilustre traductor y comentador Barthélemy Saint Hilaire, puede ser considerado el primer historiador de la filosofía y el verdadero fundador de la tradición en la ciencia.

Aristóteles concibe el alma como el principio de la vida y del movimiento, cual energía interior que anima a todos los cuerpos organizados. Así la define “la primera entelequia de un cuerpo natural organizado que tiene la vida en potencia (Tratado del alma, lib. II, c. I), esa decir, la fuerza mediante la cual la vida se desenvuelve y se manifiesta, efectivamente en los cuerpos destinados a recibirla”.

Identificada la idea del alma con el principio de la vida, pues así se venia entendiendo desde los tiempos más remotos (y así lo expresaba la Escuela jónica), fueron muchas, a veces semejantes y en ocasiones distintas, las explicaciones que de esta idea se dieron. Para Hornero el alma es una forma más o menos sutil, un soplo, un aire, algo que hace vivir al cuerpo; para Tales es el principio del movimiento; para Pitágoras es un número que se mueve por si mismo, una armonía o inteligencia (Mens agitat molem) y para Platón el alma dividida en racional e inmortal y en irracional y mortal (subdividida ésta en irascible y concupiscible), es el principio intelectual y motor.

Recogiendo Aristóteles estas notas constantes y más salientes entre las atribuidas al alma, la define genéricamente, distinguiéndola de todo lo inanimado, por el movimiento y la sensibilidad.

Es lícito y aún conveniente notar que en ésta, como en otras muchas ocasiones, el sentido certero y la perspicuidad de juicio de Aristóteles son dignos de todo encomio; porque en efecto, llegan hoy los modernos estudios de la Psicofísica a reducir las manifestaciones más rudimentarias de la complexión humana al cambio o comercio de la sensación con el movimiento, que constituye lo que se denomina ciclo psicofísico, cuya trayectoria había fijado ya Aristóteles al declarar notas generales de lo anímico, el movimiento y la sensibilidad.

Expone después Aristóteles (Tratado del alma, lib. I, cap. II) las opiniones de Demócrito, Leucipo y los Pitagóricos, conformes todas ellas en aseverar que es el alma la que da el movimiento a los seres animados. De la misma opinión, sigue diciendo Aristóteles (aunque es de advertir que en esta exposición prescindimos de las personificaciones abstractas, que los filósofos hicieron de sus respectivas hipótesis, que consigna también Aristóteles; pero que no estimamos conserven interés alguno científico), era Anaxágoras que entendía que el alma es la causa del movimiento. De igual opinión participa Demócrito, sin que ambos se expliquen de modo preciso acerca de la identificación que parece indican entre el alma y la inteligencia.

Expone además Aristóteles la hipótesis de Platón en el Timeo y las opiniones de Heráclito, Critias y otros y concluye diciendo: “Todos los filósofos definen el alma mediante tres caracteres: el movimiento, la sensación y la inmaterialidad”. En esta exposición hay algunas deficiencias de parte de Aristóteles, sobre todo en lo que se refiere a la teoría de Platón, que es más compleja de lo que aparece en esta breve cita y aun en la que hará más adelante.

Se ocupa después Aristóteles (Tratado del alma, lib. I, capa. III, IV y V), en refutar las opiniones indicadas para concluir este libro I afirmando que se desatiende el cuerpo, cuando se trata de definir el alma. Vuelve sobre las opiniones indicadas (Libro II), para dar, dice, la noción más general en lo posible, y define el alma, según dejamos indicado, como la entelequia del cuerpo.

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