Abordaje de guerra y piratería

Un buque persigue a otro, como por ejemplo un corsario a un mercante, o bien dos o más buques de la marina militar se persiguen con objeto de trabar combate, de modo que la lucha, comenzada a distancia, pueda continuar cuerpo a cuerpo. En este caso, uno y otro maniobran para aproximarse mutuamente del modo que a cada uno puede serle más favorable según la opinión de sus respectivos capitanes: alcánzanse al cabo y se sujetan por medio de arpeos de grandes dimensiones que al efecto llevan. Hay quien ha sostenido que el encuentro solamente puede ser llamado abordaje, cuando es voluntario por una y por otra parte; no cuando uno solo de los buques lo procura y el otro trata de evitarlo; pero esta opinión no ha prevalecido.

Durante la edad media, iban siempre a bordo de las naves armadas para la guerra hombres encargados de dirigir el abordaje. Estos debían ser, ellos mismos, los primeros que saltasen a la cubierta del buque abordado. En aquella misma época se concedían recompensas pecuniarias a los hombres de armas que más se distinguían en un combate al abordaje. “Non les pusieron los antiguos cierto gualardón guando entrassen navío por fuerca ssi non ssi auieniessen con aquel que fiziesse la flota o el armada” (ley 9, tít. 27, Part. 2°).

Respecto al abordaje, como recurso de guerra en las luchas marítimas o combates navales, no hay ni leyes, ni códigos que lo determinen o regulen. Un buque arroja sobre el buque enemigo fuertes ganchos de hierro sujetos a cadenas de poderosa resistencia, y acto continuo la tripulación del barco abordador se arroja sobre el buque abordado, armada de arma blanca, figurando en primer lugar la llamada hacha de abordaje.

El abordaje era el gran recurso de los piratas en épocas ominosas que, por fortuna, tienden a su desaparición; horrible lucha en que titanes desalmados, hechos a la mar y avezados a la matanza, no atendían a más disciplina ni más táctica que a su ferocidad.

Hoy el abordaje es casi siempre un espantoso siniestro que no han podido evitar, ni la pericia de los hombres de mar, ni las sabias y humanitarias precauciones establecidas en los convenios internacionales.

Volver a ABORDAJE – Inicio